Esforzarse por inventar lo viejo (o cómo salvar las librerías)
24 FEBRERO, 2012
Manuel Gil publicó hace unos días en su blog Antinomias Libro un artículo muy interesante en el que ofrecía varias posibles estrategias para salvar las librerías independientes. Y mientras leía su artículo, no podía evitar acordarme de mis inicios en el mundo editorial como distribuidor.
Durante el tiempo en que trabajé para la distribuidora exclusiva de una editorial que no viene al caso mencionar, tuve que visitar (y no exagero) alrededor de dos terceras partes de las casi 500 librerías de la Comunidad de Madrid. Esto lo digo también para dejar claro que mis opiniones sobre las librerías se basan en una muestra que considero bastante representativa.
Mi impresión de las librerías que visité (y reitero que estoy hablando de más de 300 establecimientos distintos) fue, por lo general, muy negativo. Y no hablo desde la perspectiva del distribuidor que ha de colocar un producto y regatear unos descuentos, ya que tuve la suerte de no ver mi sueldo condicionado a ventas, algo muy raro en el mundo del comercial de la distribución. Claro que mi situación era excepcional, como excepcionales eran las adversas condiciones en que tenía que hacer mi trabajo a diario.
Si mi impresión fue negativa en general, lo fue porque en la mayoría de los casos los libreros con los que traté vendían libros como podían vender chucherías, bragas o disfraces.De hecho, algunos de ellos solo tenían licencia de librería para poder vender libros de texto al comienzo del curso escolar y unos cuantos best seller el resto del año, como complemento a los ingresos de negocios tan diferentes como mercerías o frutos secos.
A la mayoría de esos negocios, aun cuando carecieran de valor alguno para la cultura o el fomento de la lectura, les reconozco no obstante una importancia como parte de sus barrios, en el sentido que defendió Jane Jacobs en su Death and life of great American cities, y que está en la base misma del Informe Portas sobre las calles comerciales que Manuel Gil cita en su artículo.
Lo que no equivale a afirmar que tuvieran algún valor cultural. Porque si algo tengo claro desde que trabajé en distribución, es que la mayoría de las librerías independientes carecen por completo de valor cultural.
Si una afirmación así escandaliza a alguien, es porque no estamos atribuyendo el mismo significado a la expresión “librería independiente”. Yo me atrevo a hacer una declaración tan tajante solo porque estoy considerando librería independiente a todo local que vende libros y no forma parte de una cadena de librerías.
Por supuesto, esto incluye las papelerías que venden las lecturas que se prescriben en los centros escolares próximos y libros de texto. Reconozco a estos negocios un valor para la vida de sus barrios, pero no para la cultura.
Las librerías a las que sí reconozco un valor como difusores de la cultura, como uno de los mayores centros de fomento de la lecturajunto con las bibliotecas, están viviendo tiempos difíciles. En eso, coincido con Manuel Gil.
En lo que no coincido es en las recetas que propone. Tal vez porque la heterogeneidad de las librerías es tal, que haría inviable su aplicación en la mayoría de los casos. Y porque, además, requieren un gran apoyo económico por parte de la Administración pública, ya sea por la eliminación del IVA para libros o la reducción en otros impuestos; o por la financiación del ICO, que no olvidemos es la agencia financiera del Estado.
Una de las principales objeciones al artículo de Manuel Gil es que se basa en varios axiomas:
- Las librerías son buenas para los barrios donde se encuentran y sirven para estructurarlos, en contraposición a, digamos, otro negocio cualquiera que no venda libros.
- La desaparición de las librerías sería una tragedia.
- Sabemos de qué hablamos cuando hablamos de librerías independientes.
- Las librerías que llama independientes, sin precisar en qué consiste esa independencia, tienen todas valor cultural.
Me refiero a estos presupuestos del artículo de Manuel Gil como axiomas porque eso es precisamente lo que son: proposiciones que toma por tan evidentes, que no requieren demostración.
Pero sí necesitan una demostración, porque no solo no me parecen evidentes sino muy dudosas.
Vayamos axioma por axioma.
El axioma de la librería como cohesionador social
¿Qué hace que una librería cohesione más un barrio que, por ejemplo, una panadería o una ferretería a la que acuden los vecinos?
La cohesión de los barrios depende de muchos factores, entre ellos la capacidad que tienen para mantener sus calles activas a lo largo del día, por medio de espacios públicos compartidos y de negocios de todo tipo, pero sobre todo aquellos que sirven de punto de encuentro.
En este sentido, podría decirse que una panadería o un bar son mayores cohesionadores sociales, pues atraen a todo tipo de gente, mientras que las librerías atraen a vecinos que comparten un interés muy específico, y eso solo en el mejor de los casos.
El axioma de la tragedia de la desaparición de las librerías independientes
La situación actual está ayudando a que aparezcan muchas editoriales independientes de escasa entidad aún, pero que están encontrando en Internet un modo de ganar un público. Esto es esencial, y cuestiona el axioma de la tragedia de la desaparición de las librerías, entendidas como locales de venta de libros a pie de calle, independientes o no.
Porque las librerías independientes hasta ahora no han podido conceder a muchas editoriales pequeñas la masa crítica de compradores necesaria para su supervivencia.
En esencia, la pregunta (muy común en estos últimos años) es si el papel de las librerías como mediadoras entre oferta editorial y compradores de libros será necesaria en el futuro, o si esa intermediación le está siendo “usurpada” por otros agentes que harán que las librerías sigan desapareciendo de las calles.
En esencia, la pregunta (muy común en estos últimos años) es si el papel de las librerías como mediadoras entre oferta editorial y compradores de libros será necesaria en el futuro, o si esa intermediación le está siendo “usurpada” por otros agentes que harán que las librerías sigan desapareciendo de las calles.
¿Por qué tenemos que influir con ayudas en el mercado para mantener a las librerías en su viejo papel, cuando hay otros mecanismos que pueden ser más eficaces para difundir la oferta editorial y hacerla llegar a lugares donde la librería no podía llegar?
El axioma de la independencia de la librería independiente
Sin ahondar más en este axioma, creo que basta con hacerse las siguientes preguntas:
- ¿Es librería independiente la que mantiene un espacio para libros de editoriales independientes?
- ¿Es librería independiente solo la que no forma parte de una gran cadena de librerías?
- ¿Es independiente la librería que vende solo lo que considera valioso culturalmente, sin importarle si hace suficiente caja para pagar el alquiler del local?
- ¿Deja de ser independiente una librería cuando empieza a necesitar vender papelería, best sellers o juguetes?
El axioma del valor cultural de las librerías independientes
Este axioma quedaría desmontado por las mismas preguntas acerca de qué hace que una librería sea independiente.
Estoy seguro de que casi todos los que nos consideramos letraheridos podríamos ponernos de acuerdo acerca de qué librerías tienen valor cultural y cuáles no. Sin embargo, en el artículo de Manuel Gil esta cuestión es imprescindible para definir aquellas de sus propuestas que requieren ayudas económicas públicas.
Porque, ¿estamos dispuestos a conceder ayudas a todo local con licencia de librería? ¿O queremos restringirlas para evitar que se beneficiara de ellas un establecimiento que solo tuviera licencia de librería para vender libros de texto y centrarse el resto del año en otros productos?
El viejo modelo intervencionista
La respuesta a la pregunta sobre si restringir o no las ayudas se puede intuir en la propuesta de Manuel Gil de la creación de un sello de calidad para las librerías. La idea de esta marca de calidad me gusta, como me gusta la idea de que los libreros tomen conciencia colectiva de las dificultades de su trabajo y busquen soluciones. Pero esto último ya lo hacen, reuniéndose en los congresos de libreros.
La respuesta a la pregunta sobre si restringir o no las ayudas se puede intuir en la propuesta de Manuel Gil de la creación de un sello de calidad para las librerías. La idea de esta marca de calidad me gusta, como me gusta la idea de que los libreros tomen conciencia colectiva de las dificultades de su trabajo y busquen soluciones. Pero esto último ya lo hacen, reuniéndose en los congresos de libreros.
Voy a tomar el sello de calidad como ejemplo paradigmático de los problemas que crea, más que resuelve, Manuel Gil con su lista de propuestas. Supongo que un sello así lo otorgaría alguna entidad gremial como CEGAL. Y supongo que, si se pretende ser selectivo con respecto a la clase de librerías que se podrían beneficiar de las ayudas propuestas (para evitar que las ayudas lleguen a la mercería librería que adquiere la licencia solo para vender libros de texto), haría falta una entidad que mediara entre la Administración que las concede y los negocios que las solicitan.
En resumidas cuentas, se aboga por un mercado que mantendríamos de manera artificial con ayudas públicas, concedidas recurriendo a alguna entidad gremial que haría de intermediario y, por decirlo de una manera clara, repartiría el dinero recibido de la Administración. Y todo para, como decía arriba al hablar del axioma de la tragedia de la desaparición de las librerías, proteger a toda costa un statu quo que sufre el asedio de los cambios en el mercado editorial.
Tengo la suerte de que en mi barrio hay una librería independiente de calidad: Rumor. A mí tampoco me gustaría que desaparecieran librerías como Rumor, como la Rafael Alberti de Madrid, como Jarcha, Laie (que está adaptándose mejor que otras librerías) u otras más modestas, como Arriero de Torrejón de Ardoz.
Pero tampoco querría que sobrevivieran a base de ayudas públicas, como si fueran reliquias que hubieran de recordarnos un tiempo en el que, para comprar un libro, había que ir a una librería y, si no tenías la suerte de que estuviera en sus estanterías en ese momento, pedirlo y esperar a que el distribuidor lo sirviera. Porque yo no estoy dispuesto a renunciar a ojear un catálogo inabarcable de libros en alguna librería online y comprarlo sabiendo que lo recibiré en un par de días en casa. Y no creo que las librerías se salven con códigos de buenas conductas, la retirada de los carros de compra de las páginas web de editoriales o el desvío de las compras institucionales a las librerías a pie de calle.
Si las librerías han de salvarse, y así lo deseo, será encontrando su lugar en la situación actual, no sobornando la realidad con ayudas públicas ni haciéndonos ilusiones sobre las bondades de las redes sociales o páginas web como Todos tus libros que le dicen a alguien dónde está el libro que busca. Como si un comprador de libros que sabe buscar en esa página no fuera capaz de encontrar el libro que busca.
La mayoría de nosotros dependemos cada día menos de las librerías. No solo para la compra, sino también para lo que, en las conclusiones del último Congreso Nacional de Libreros, se llamaba “el papel prescriptor del librero”. Los lectores de hoy saben dónde encontrar los libros.
http://agoraonunca.wordpress.com/2012/02/24/salvar-librerias-recetas/
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