lunes, 20 de mayo de 2013

Librería de viejo de Tijuana B.C

http://www.youtube.com/watch?v=NNAsRvU7z4U

Los libreros de Donceles





Los libreros
de Donceles
Heredado amor, vocación de oficio
Texto: José Manuel Ruiz Regil
Fotos: Yahel Leguel
 Dice un refrán popular: “Buenos son los libros viejos, pero solamente los buenos libros llegan a viejos”. Eso lo saben bien los libreros de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. No por nada llevan más de setenta años dedicados a vender, buscar, comprar y coleccionar ejemplares únicos, agotados o “inencontrables” que, por su importancia histórica o atributos editoriales y artísticos, son considerados entre los iniciados de la hoja, como verdaderas joyas de alto valor.
A decir de Ubaldo López Casillas, hijo mayor de Don Ubaldo López Barrientos, fundador de la primera librería de viejo a mediados del siglo pasado, la Librería Mercurio, en Avenida Hidalgo: “ser librero o anticuario, como algunos se denominan, requiere de mucho trabajo. Tener disposición para responder a las oportunidades y mucha disciplina. A veces hay que bajar bibliotecas completas de un cuarto de azotea al que sólo se accede por una escalera de caracol. Mantener esto requiere de mucha constancia y condición física, también. Cada día trae su carga de títulos y ejemplares que hay que clasificar, revisar, limpiar y ordenar para poderles dar salida”.
Heredero, junto con sus hermanos, de la tradición bibliófila de su tío Nicolás y de su padre, quienes empezaron el negocio con apenas 20 títulos en el mercado dominical de La Lagunilla, hoy rubrica su genealogía como uno de los principales promotores del libro de segunda mano junto con sus primos, tanto de la línea de los López como de los Casillas, y su hermano menor Mercurio, dinámico propietario de las librerías Bibliofilia, Inframundo y Los Hermanos de la Hoja, en Donceles, y de El Volador y Anáhuac, al sur de la ciudad.
Resguardados de la lluvia caprichosa de esta primavera impredecible, de pie, en el interior de la bodega de la Librería Selecta, fundada en 1956 por su padre, Ubaldo, con actitud mesurada, no esconde su oficio en el detalle. Enciende un cigarro. Me ofrece un refresco. Recarga el suyo sobre la carátula de uno de los tres volúmenes que componen la obra Monumentos del arte mexicano antiguo, de Antonio Peñafiel. Los muros que nos rodean, apuntalados por gruesos polines, están tapizados de vitrinas que resguardan entre sus ejemplares, una crónica de las islas inglesas, publicada en el siglo XVI, una edición miniatura del Quijote, de 5 x 5 cm, editada por Calleja a principios del siglo XX, y un México y su evolución social, en una edición de 1890.
En esta misma bodega han pasado codiciadas horas bibliófilos exquisitos como el dramaturgo Hugo Argüelles, quien visitaba esta librería con frecuencia para comprar primeras ediciones, libros de arte, historia, teatro y otras curiosidades, o el maestro Andrés Henestrosa que, a decir del comerciante, era duro para el regateo.
Al parecer, fue la esposa de Don Ubaldo quien tenía una gran pasión por los libros y lo inspiró a iniciar el negocio. No se sabe mucho de ella. Percibo un aire de leyenda alrededor de esta figura enigmática y me pregunto si existirá alguna relación entre este personaje femenino, opacado por los varones que la rodean, y la anciana que retrató magistralmente Carlos Fuentes en su Aura. Por cierto que la dirección publicada en el anuncio al que responde el joven historiador Felipe Montero es Donceles 815, número ficticio, por demás está decirlo. Sin embargo, en homenaje a esta obra maravillosa de la literatura mexicana, la librería anticuaria, que está al principio de la calle, en el número 12, lleva el nombre de La Casona de Aura.

Hace treinta años, acudían a las librerías de viejo especialistas en botánica, historia, religiones y muchas otras disciplinas. Hoy en día, todavía es una suerte encontrarse con Ubaldo, con Mercurio o con alguien más que tenga el tiempo y el conocimiento para enriquecer la búsqueda con recomendaciones sobre otros títulos y autores, y quizás, despierte esta misma sensación de fraternidad que experimentamos quienes pisamos con gran emoción los pasillos de una librería llena de tomos con experiencia pues, a decir de sus guardianes, mientras que una librería de nuevo ofrece alrededor de diez mil títulos, en una de viejo puedes encontrar hasta quinientos mil en bodega, esperando el tiempo que sea necesario para llegar a las manos de quien dará a la obra su justo valor.
Como los describe Fuentes en Aura, las plantas bajas de estos edificios coloniales se levantan con ladrillos de papel, cimientos de aire sustentan todavía el tezontle, los nichos con sus santos truncos coronados de palomas, la piedra labrada del barroco mexicano, los balcones de celosía, las troneras y los canales de lámina, las gárgolas de arenisca. Estantes de piso a techo edifican el cielo borgiano, las moradas teresianas, creando atmósferas habitables para la reflexión, el conocimiento y la sorpresa.
Deambular entre sus pasillos a la espera de que un título nos brinque a la cara, o a que el milagro de la sincronicidad se manifieste detrás de una pila de libros, de una dedicatoria, o de un apunte olvidado a la mitad, son goces que no deberían perderse. Y más allá de adquirir un libro con un fin utilitario, habría que considerar la posibilidad de integrarse a la vida de éste, comulgar con la lectura con otros ojos que jamás miraremos, con las manos que nunca podremos tocar, con un aliento que, quizá, se sofocó o suspiró en el mismo punto y coma en que lo haremos nosotros, para insertarnos al destino de la obra, imbricarnos más allá de la lectura en el mar embravecido de anécdotas e historias que han llevado al ejemplar de un lado a otro en el viaje del tiempo. imagen
José Manuel Ruiz Regil. Es escritor, locutor, guionista y cantautor. Es cronista de la Asociación Amigos de Bellas Artes y de la Editorial Versodestierro, donde publicó el poemario Cantata para la cuerda floja.