miércoles, 2 de enero de 2013

En el Centro, el mayor número de librerías en el país


En el Centro, el mayor número de librerías en el país
POR: ALONSO FLORES
N25

Más de 150 librerías, la mayoría en el perímetro A, constituyen una oferta que va del libro nuevo, de texto o usado, a tesoros para expertos.
En el centro de la ciudad hay montañas de libros casi tan altas como una montaña real, tan ricas como una mina, tan antiguas como la primera imprenta que llegó a la Nueva España en 1536 y tan novedosas como Internet.
Librerías de texto, de nuevo, de viejo y de antiguo. Asépticas, de estantería abierta, laberínticas y olorosas a papel añejo, dispuestas sobre aceras o montadas sobre caoba o triplay. Las hay para todos los intereses y bolsillos. Para los apresurados con lista en mano, para bibliófilos, investigadores, transeúntes o turistas, para todo aquel que por placer o necesidad quiera leer.
La Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem) tiene registradas 65 librerías de nuevo en el Centro. Junto con las 42 del pasaje Zócalo- Pino Suárez, representan alrededor de 30% de las existentes en el D. F. y poco menos de 10% de las del país, lo que convierte a la zona en la mayor concentración de librerías de nuevo en México.
A ello hay que sumar las librerías de viejo o de ocasión. En Donceles, su calle emblemática, se ubican 14 grandes locales de este giro. También los hay en vías como el Callejón de la Condesa, con alrededor de 60 puestos, y el llamado Corredor Cultural Balderas, con 30 pequeñas librerías semi-fijas.
Dedicada a las antigüedades, y donde se encuentran las joyas de la corona, está la célebre Librería Madero.
En total, hay más de 150 librerías de diversos tipos, la mayoría en el perímetro A.

“La librería (Madero) me tiene a mí desde hace 17 años”, dice don Enrique fuentes.
LABERÍNTICO RECICLAJE
Donceles representa la lujuria. Millares de libros crean montañas, laberintos, mares de letras, de títulos de todos los temas y géneros, nacionales e importados. Con una característica fundamental: por haber sido leídos anteriormente, son más baratos.
En las librerías de Donceles la escena se repite: la estantería de piso a techo no se da abasto, los libros se apilan sobre mesas y en el piso mismo, y cuantificarlos es imposible. Llegan bibliotecas enteras vendidas por herederos desinteresados o por los dueños, quienes por alguna razón —falta de espacio o cambio de residencia— ya no las pueden conservar.
“Soy un librero de viejo, me dedico a la compra-venta de bibliotecas”, señala Fermín López Casillas, dueño de El Callejón de los Milagros, El Laberinto y Rayuela.
“Me establecí en Donceles desde 1985 porque aquí llegaron muchos de los libreros que antes vendían en La Lagunilla. Aquí se fue creando un espacio para que tanto los universitarios de la UNAM como del Politécnico, o los trabajadores de las instituciones que abundaban en la zona, compraran sus libros”,  explica Casillas. Él heredó el oficio de su padre, Ubaldo López, reconocido librero de La Lagunilla.
“Ahora Donceles es el paradigma en la venta de libros usados, no sólo de México sino de Latinoamérica, por concentrar tantas librerías en una sola calle… Ya es parte de nuestra cultura tangible e intangible”, asegura.
“En cuanto a los precios, hay que saber qué es lo que se compra cuando se tiene una biblioteca enfrente”, señala. “En la mayoría de los casos, sabes que sólo alrededor de la tercera parte te permitirá recuperar la inversión.
“Y para ponerles precio tienes que saber cuáles son los de moda, cuáles se han convertido en clásicos, cuáles son raros. Pero también reconocer su estado de conservación. En estas librerías los libros valen en promedio 60 pesos”.
Y aunque pase el tiempo, sigue siendo negocio. “El mercado ha crecido. Me parece que por la misma necesidad de la gente de encontrar libros baratos”.
Paola Novoa tiene 16 años y se pierde en las estanterías de El Callejón de los Milagros. Sus ojos brillan, duda, todo le llama la atención. “Vengo porque me gusta buscar libros. En donde vivo, en la Agrícola Oriental, no encuentro estas librerías tan grandes, son geniales. Me encanta su olor y ver las montañas de libros”.

En el callejón de la Condesa.
PARA EL ANTOJO
A un costado de la Biblioteca de México está el llamado Corredor Cultural Balderas, donde desde hace poco más de 20 años, 30 libreros ofrecen a los estudiantes una selección de títulos técnicos, administrativos y de literatura clásica.
“Es un punto cultural importante por estar a un costado de la Biblioteca, tener cerca la Vocacional 5 y una población de oficinistas que busca libros sobre temas administrativos”, explica César Sánchez, librero desde que se estableció este pasaje.
“El proceso de adquisición es el mismo que en las librerías de viejo. Sólo que aquí vendemos lo que ya sabemos que la gente busca”.
Sus “caballitos de batalla” son la colección Sepan Cuantos, literatura universal, clásicos y escritores mexicanos consagrados como Carlos Fuentes, Octavio Paz, Paco Ignacio Taibo, etc. Los precios “los tasamos sobre el mercado, aunque eso sí, siempre más barato que una librería de nuevo. Además de que se vale el regateo”.
Muy cerca del Zócalo, en el Callejón de la Condesa, entre Tacuba y 5 de Mayo, se puede encontrar una buena selección de libros de arte, historia, antropología, filosofía y arqueología, principalmente, así como novelas clásicas o de escritores contemporáneos reconocidos.
Es el espacio del antojo, donde la gente pasa y no puede resistirse a comprar un libro —por la mitad de lo que costaría nuevo—, o al menos a preguntar por él.
Ahí tiene su puesto Juan Páez Fonseca, quien explica que si bien también son libros usados, “hacemos una selección de lo que compramos. La mayoría de nosotros no compra bibliotecas enteras, buscamos los temas que nos interesan y los títulos con los que podemos seguir con el oficio”.
“Desde hace 15 años que comenzamos a vender en este espacio, manejamos ediciones antiguas, viejas, agotadas o de colección. Somos parte del proceso de reciclaje cotidiano del libro, con el valor agregado de lo que has leído, que te permite orientar y ofrecer algo que puede enriquecer al cliente”, apunta.

En la librería del Fondo de Cultura Económica en Venustiano Carranza.
LAS JOYAS DE LA CORONA
Al final de la cadena de las librerías de viejo están los libros antiguos y los incunables. En este nicho, además del autor, el título y el contenido, cuentan la encuadernación, el impresor, el ilustrador, el año de edición, si el libro está dedicado por alguien importante y lo difícil que sea encontrarlo.
El lugar es la librería Madero, en el número 12 de la avenida homónima. Un mundo donde un ejemplar puede costar miles de pesos, donde puede hallarse ese volumen que falta en una colección o al que se han dedicado años de búsqueda.
“En esta librería  no espero nada, sólo sé que encontraré algo interesante”, refiere Emil Rzajev Lomelí, un músico de 18 años. “Sobre todo libros de música como el libro de órganos históricos de México, que es lo que llevaré hoy”. Aquí, agrega, ha encontrado libros que son para él “la constancia de que existimos. La forma de tener presente el pensamiento del pasado”.
Allí puede localizarse Tratado breve de Cirugía y del conocimiento y cura de algunas enfermedades, escrito por el médico agustino García de Farfán en 1569, uno de los ocho libros impresos por Antonio Ricardo en la Nueva España; o un documento presentado ante la Real Audiencia para dar testimonio de la heredad de los descendientes del emperador Moctezuma, con sus escudos y sus blasones miniados.
También hay libros selectos, con precios comparables a los de cualquier otra librería de la Ciudad.
En la Madero uno se siente cómodo y se contagia del buen ánimo de don Enrique Fuentes Castilla, quien sabe encontrarle propietario a sus libros de arte, historia, arqueología y antropología, la mayoría relacionados con México.
“La librería me tiene a mí desde hace 17 años”, dice don Enrique sobre este recinto de las letras que fundó el republicano español Tomás Espresate en 1939.
Aquí la tarea es “recibir el libro, limpiarlo, bañarlo, encuadernarlo si es necesario y buscar un destinatario específico que se lo lleve”, asegura quien más que librero se considera un “prestador de servicio”.
Abunda sobre su oficio: “es una vocación que tenemos. No tanto el vender libros, sino dignificarlo en sí mismo y por su historia, que está ligada a este Centro Histórico por haberse impreso a unas cuadras de aquí el primer libro de toda América”.

La sucursal Madero de Gandhi es la sexta en ventas, de esa cadena.
LAS DE NUEVO
Pero en materia de libros, el Centro también ofrece la novedad en títulos y servicios.
De acuerdo con Arturo Ahmed, director general del Instituto de Desarrollo Profesional para Libreros “no hay una parte de la Ciudad y de México donde exista una mayor concentración de estas librerías”.
Sin embargo, el también director de Comunicación de la Asociación de Libreros Mexicanos advierte: “en los últimos 10 años han cerrado 45 por ciento de las librerías en el Centro. La causa principal es por el costo del piso”.
En ese contexto, resalta el trabajo de las grandes cadenas. “Gracias a librerías como la de Cristal, El Sótano, Gandhi, Porrúa (la más antigua del país, fundada en 1900) y Educal, entre otras, se ha venido recuperando la instalación de librerías, porque son corporativos que pueden financiarlas”.
Gandhi, que utiliza la mercadotecnia y las nuevas tecnologías, a la vez que refuerza su presencia en el Centro, está en la vanguardia.
Alberto Achar, gerente de mercadotecnia, señala que la sucursal de Bellas Artes, abierta en 1992, “representa la segunda o tercera en ventas de las 22 que tenemos en todo el país. Y la que se acaba de abrir en Madero 32, en dos o tres años se ha convertido en la número seis”.
“Ambas tienen un cierto perfil. Se abocan de alguna manera a los turistas. Tienen libros en otros idiomas que hablan de México, guías de turista, etcétera”.
En esas librerías no hay una pizca de polvo, las portadas brillan y los títulos de la mesa de novedades cambian cada tres meses. Cada una de las dos sucursales de esta cadena en el Centro vende 20 mil libros al mes.
Gandhi ofrece así mismo libros electrónicos descargables a un precio menor que los impresos y servicios como “un sistema de impresión de libros descontinuados por pedido, venta de boletos para espectáculos, servicio de transferencia de libros de una sucursal a otra, atención telefónica, consulta de catálogo, venta de libros por Internet y eventos culturales en todo el año”, refiere Achar.
Además de las que pertenecen a otras cadenas como el Fondo de Cultura Económica o Educal —que gestiona el Conaculta—, también hay librerías pequeñas de estantería cerrada y con una tradición añeja en la venta sobre todo de libros de texto o clásicos, y de lectura para primaria o secundaria, como la Librería de Carsa y la Librería del Centro, ambas en 5 de Mayo.
Otras se especializan en temas religiosos, de derecho, técnicos o científicos. Las hay incluso dedicadas a libros en inglés, como American Book Store, en Bolívar 23.
Están también las universitarias, de la UNAM y de la UAM, que ofrecen descuentos a sus comunidades y en algunos casos a estudiantes, académicos de otras instituciones  y personas de la tercera edad.
La de la UAM, llamada Juan Pablos, se ubica precisamente en la Casa de la Primera Imprenta de América, en la esquina de Moneda y Licenciado Primo de Verdad. Entre su fondo propio y coediciones, ofrece alrededor de 600 títulos relacionados con arte y humanidades, principalmente. Cada mes vende aproximadamente 100 ejemplares.
La UNAM cuenta con dos librerías en la zona. La principal es la del Palacio de Minería, en Tacuba 5. Fundada hace más de 25 años, ofrece libros editados por la máxima casa de estudios, y desde 2008 también de otras 25 editoriales. La otra, más pequeña, está en el pasaje Zócalo-Pino Suárez.
Asimismo, los museos tienen librerías que suelen ofrecer catálogos de exposiciones y títulos relacionados con las materias de cada recinto.

Un paseo por los libros, 42 librerías en el pasaje Zócalo-Pino suárez.
EN EL SUBSUELO
En el subsuelo del Centro también se venden libros. En el pasaje que comunica los metros Zócalo y Pino Suárez se encuentra Un paseo por los libros, sección de 500 metros donde 42 librerías del mismo número de editoriales acercan su producción a los usuarios del metro.
De lunes a sábado se pueden encontrar casi 65 mil títulos de texto, técnicos, infantiles, de literatura clásica, ficción, best-seller y autoayuda. Cuenta con una cafetería y un foro abierto donde se ofrecen conferencias, presentaciones y talleres, de acuerdo con la directora del proyecto, Nidia Torruco.
“En 1997 se inauguró el pasaje. Fue algo totalmente novedoso en México. Tenemos el 85 por ciento de las editoriales más importantes del país, además de editoriales argentinas, colombianas y españolas. En 2009, en este paseo se vendieron 440 mil 370 ejemplares”, informa.
Y si esto fuera poco, dos de las ferias del libro más importantes del país se llevan a cabo en el Centro.
La Feria internacional del libro de la Ciudad de México, en el Zócalo, en el mes de octubre, y la del Palacio de Minería, que llegará a su edición XXXII en febrero de 2011. Está además la Feria del libro de ocasión, cuya edición XXII se realizó en febrero pasado en Tacuba 15, en el Casino Metropolitano.
Montañas de libros, una cadena de montañas.

Libros para el antojo en el callejón de la condesa.

LA PRIMERA IMPRENTA DE AMÉRICA

Réplica de la imprenta de Juan pablos.
La historia del libro no sólo en México, sino en todo el continente americano, tiene su origen en el Centro Histórico, en el número 10 de la calle Licenciado Primo de Verdad,  justo en la esquina con Moneda.
Ahí se yergue una casona colonial, en donde el italiano Juan Pablos estableció en 1536  la primera imprenta de la Nueva España, bajo contrato de representación de Juan Cronemberg, y a instancias del virrey Antonio Mendoza y del obispo Juan de Zumárraga.
La primera obra impresa por aquel pionero tipógrafo en ese sitio fue Breve y más compendiosa doctrina christiana en lengua mexicana y castellana que contiene las cosas más necesarias de nuestra sancta fe católica, para el aprovechamiento destos indios naturales y salvación de sus ánimas, escrita por De Zumárraga.
Ahora, la casona pertenece —en comodato otorgado por  el gobierno federal— a la Universidad Autónoma Metropolitana, institución que en 1989 restauró y adecuó el inmueble para que albergara labores de educación continua, talleres, conferencias y exposiciones. A esas actividades asisten aproximadamente mil 500 personas cada mes.
“El perfil de esta casa es de libros, literatura, gráfica”, señala Ivette Gómez Carrión, coordinadora de la Casa de la Primera Imprenta de América.
Durante el proceso de restauración salió a luz parte de la historia del lugar.
En sus cimientos se halló una cabeza de serpiente tallada en basalto, que pesa alrededor de una tonelada y media. Expuesta en la librería, se pueden apreciar de cerca sus enormes colmillos, las escamas y los ojos, que transmiten la fuerza de la cultura mexica.
La casa original fue construida en 1524, sobre uno de los predios pertenecientes al conjunto arquitectónico dedicado a Tezcatlipoca. El solar había sido cedido, al parecer, al conquistador Jerónimo de Aguilar.
En 1527 se fundieron allí las campanas de la primera catedral de la Nueva España, de ahí que se le conozca también como la Casa de las Campanas.
En 1536 Juan Pablos estableció la primera imprenta de América; una réplica de aquel artefacto se exhibe ahora en la Casa. A mediados del siglo XVII pasó a ser propiedad del monasterio de Santa Teresa. Así fue durante más de un siglo.
Después fue vendida y fraccionada en tres edificios. Desde entonces sus usos variaron, de vecindad a tienda de artículos militares y cocina económica.
Ahora el edificio ha recuperado su espíritu y razón de ser: las letras y el conocimiento.

Con información de la Casa de la Primera Imprenta de América.

 

http://www.guiadelcentrohistorico.mx/kmcero/el-centro-fondo/en-el-centro-el-mayor-n-mero-de-librer-en-el-pa-s

Librerías de viejo, una nostalgia vigente


Librerías de viejo, una nostalgia vigente

En una época en que los dispositivos electrónicos albergan miles de títulos, aún hay quien recuerda sus años entre libros antiguos, cuando iban a la caza de alguna joya o simplemente disfrutando de estos espacios y del conocimiento de los libreros que los atendían.


Foto: Mónica González


Las librerías de viejo o de antiguo tienen una larga tradición: donde estaba el Mercado del Volador, que tiraron en 1930 para construir la Suprema Corte, había toda una hilera de libros antiguos y usados; después, otros espacios se volvieron emblemáticos, como el tianguis de la Lagunilla o la Plaza del Ángel.
Hoy es la calle de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, si bien cada una de las grandes ciudades de todo el país cuenta con un espacio de ese tipo, convertido en un lugar emblemático para aproximarse a obras que dejaron de ser novedades y, muchas veces, se transforman en verdaderas joyas bibliográficas.
Hay diferentes formas de acercarse a las librerías de viejo, pero sin duda la más importante se logra gracias al dueño o encargado del establecimiento, por lo general conocedor de las diferentes ediciones que se han publicado en México de determinados libros, alguien que conoce perfectamente el oficio.
Por ello, preguntamos a cinco escritores qué han significado en sus vidas las librerías de viejo, cuáles han sido las joyas bibliográficas que han encontrado, cuál recuerdan con especial cariño y si piensan en su desaparición. Las respuestas nos conducen al pasado por el camino de la nostalgia.
Héctor Carreto
Son una opción. Allí te puedes encontrar libros agotados o difíciles de encontrar en las librerías “de nuevo”. Y creo que eso es lo que vale la pena, más incluso que los precios.
No recuerdo a ninguna con especial cariño, pero hay varias que he frecuentado: La Torre de viejo, La Torre de Lulio, Alicia tras el espejo; hay varias en Donceles de las que no recuerdo el nombre, y una que está en la calle de Córdoba, en la Roma, casi esquina con Tabasco.
Polo Duarte me consiguió Los himnos tardíos, de Hölderlin, y una antología de Pessoa publicada en Fabril. En la librería que está en Córdoba encontré un libro que presté y no me devolvieron: Con las mujeres nunca se sabe, novela negra de James Had-ley Chase, y además en la edición de Emecé. En la Lagunilla encontré una antología que busqué mucho, las de O.W. de L. Milosz y losCantos de los oasis del hogar, en la edición de Centauro de 1944. En una librería de Puebla me topé con la segunda edición de Moon Stone (La piedra lunar), de Wlikie Collins, a precio casi regalado. Sería muy larga la lista de las joyas encontradas en la isla del tesoro de las librerías de viejo.
No creo que estén en peligro de extinción, pues la gente constantemente se deshace de libros que terminan en las librerías de viejo. Tendrían que desaparecer definitivamente los libros impresos para que eso pasara.
Gerardo de la Torre
Cuando comenzaba a escribir era una posibilidad de conseguir libros baratos o libros que ya no estaban en las librerías (por lo demás escasas en mi juventud). En librerías de segunda mano conseguí en años mozos Cómo escribir un drama, de Lajos Egri, por ejemplo, y Cómo escribir una novela, de Kobold Knight, libros que nos ayudaron a José Agustín y a mí a entender el asunto de la creación literaria. Hoy, en las librerías de viejo seguimos hallando cosas inconseguibles en las de nuevo, pero ya nada baratas.
Sin duda la librería más añorada es la del siempre gentil y generoso Polo Duarte —Libros Escogidos— en avenida Hidalgo, frente a la Alameda, donde hoy está la Secretaría de Hacienda. Polo almacenaba tesoros bibliográficos en su pequeño local y además buscaba libros para los asiduos. Y encima nos fiaba. Tenía una libreta donde anotaba los nombres y al lado los títulos y las cantidades de los deudores, y estoy seguro que la mayor parte de aquellas deudas quedaron impagas. Cuando murió Juan Manuel Torres (1980) quise pagar su deuda, pero Polo me mandó a volar.
En el estrecho local de Libros Escogidos celebrábamos tertulias cada sábado. Acudíamos allí —y sin duda omito muchos nombres— Otaola (que era el alma de la fiesta), José de la Colina, Francisco Hernández, Emilio García Riera, Francisco Sánchez, Francisco Cervantes, el Booker Benítez y mucha gente más. Luego de dos o más horas de hablar de libros, cine y la guerra civil española, desembocábamos en la cantina El Golfo de México, allí al lado, y no siempre salíamos indemnes.
A precio de regalo, Polo nos consiguió las obras en prosa de Poe, traducidas por Cortázar, en la edición original, la de 1956 de la Universidad de Puerto Rico. También a precio de regalo las mandó empastar en piel. Hasta la fecha conservo los dos voluminosos ejemplares. También con Polo conseguí Los días terrenales, de Pepe Revueltas, en la edición de 1949, la que en esos años fue condenada por el Partido Comunista. Más tarde, Pepe me firmó el ejemplar.
No creo que desaparezcan. Son negocios muy bien establecidos. Lo que ha desaparecido son los buenos precios de viejo.
Hernán Lara Zavala
Las librerías de viejo para mí son mucho más interesantes, atractivas y estimulantes que las librerías convencionales. Para mí representan la posibilidad de encontrar tesoros insospechados en ediciones únicas y de autores que han trascendido los vaivenes de la moda. Una librería de viejo es uno de los grandes placeres de mi vida, entre otras razones porque me considero uncazalibros.
La librería que más me ha dolido que desaparezca se llamaba Gotham Book Mart en Manhattan, Nueva York. Me la recomendó Juan García Ponce cuando recién lo conocí y la última vez que estuve en esa ciudad me llevé la triste sorpresa de que ya había desaparecido. Estaba muerta. Y lo lamenté porque todos los libros que vendían ahí estaban bien seleccionados y todos eran exclusivamente de grandes autores literarios.
Mi mayor “tesoro” lo encontré en la ciudad de Chicago, Las mil y una noches en la traducción de Richard Burton en doce volúmenes, relativamente baratos pero con un pequeño problema: faltaba el primero. De todos modos los compré y me ufano de ello. Las librerías en general están en peligro de extinción, pero las de viejo más porque han dejado de ser negocio. ¿A quién le importa ahora conseguir ediciones príncipe o libros bien impresos que ya no resultan atractivos cuando puede uno recurrir a internet, Wikipedia, Kindle, Ipad, Amazon, para echarles meramente un vistazo? Se ha perdido la sacralidad de los libros y lo lamento en el fondo de mi corazón.
Adolfo Castañón
Todo y más: Roma y Babel conviven en La Lagunilla...
Aunque en realidad no es una librería de viejo, pues ahí se venden mezclados maravillosos libros nuevos y antiguos, prodigios pasados y modernos, pienso en la Librería Madero animada por Enrique Fuentes en la calle de Madero.
La primera edición de las Obras completas de Marcel Schwob, editadas por Mercure de France, en 1907. Estoy ahorrando para comprar la traducción al francés de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, hecha por el poeta y geógrafo parnasiano José María de Heredia, que leyó Flaubert.
No creo que estén en peligro nada más las librerías de viejo, sino todas, todas las librerías dignas de ese nombre. Pero trato de imaginarme cómo serían en el futuro las “librerías de viejo” de aplicaciones para iPod, kindles y libros electrónicos... El paraíso tiene muchas formas.
Carmen Boullosa
Durante años compré libros en librerías de viejo. Primero porque de joven pobre poeta, las del Centro era la manera de comprar libros. Pero con el tiempo se han vuelto mi espíritu. Mis libros en casa parece más librería de viejo que biblioteca. El sentido (y la sabiduría) de las librerías de viejo es la confianza en lo involuntario, en un sentir colectivo que cruza el tiempo.
Los libros que van cayendo, sin ton ni son aparente, pero con designios anteriores a la última voluntad que les pone mano encima... Cuando camino por las bibliotecas, les voy buscando, entrecerrando los párpados, su alma de librería de viejo.
Te soy franca no tengo especial cariño por una, sino varias. Cuando fui a Londres por primera vez, me asomé a la ristra en Charing Street. En NY, lo mismo, Strand. En México, las del Centro.
No voy tras una joya, sino tras lo que me habla. La primera edición del libro de Exquemelin (que Carpentier apodó “El médico de los piratas”, de quien escribí dos libros), salió de una expedición en librería de viejo. Era una edición fatal —alterada, irrespetuosa y encima fea—, pero me abrió los ojos al universo de la piratería en el mar Caribe. Entro a las librerías como una niña ciega, a la búsqueda de revelaciones. No busco “joyas bibliográficas”. Para eso hay libreros especializados —tengo ediciones originales del libro de Smeeks o Esquemelin—, en dos o tres lenguas: son libros antiguos, no de librerías de viejo.
Espero que no desaparezcan. La pregunta no es pertinente para mí. Yo soy del pasado, en muchos sentidos —mi conciencia, mis alegrías, mi sensibilidad: desde joven siempre estoy volviendo a la infancia o al pasado “histórico” (si eso existe).
México. Jesús Alejo
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9089162