miércoles, 2 de enero de 2013

Librerías de viejo, una nostalgia vigente


Librerías de viejo, una nostalgia vigente

En una época en que los dispositivos electrónicos albergan miles de títulos, aún hay quien recuerda sus años entre libros antiguos, cuando iban a la caza de alguna joya o simplemente disfrutando de estos espacios y del conocimiento de los libreros que los atendían.


Foto: Mónica González


Las librerías de viejo o de antiguo tienen una larga tradición: donde estaba el Mercado del Volador, que tiraron en 1930 para construir la Suprema Corte, había toda una hilera de libros antiguos y usados; después, otros espacios se volvieron emblemáticos, como el tianguis de la Lagunilla o la Plaza del Ángel.
Hoy es la calle de Donceles, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, si bien cada una de las grandes ciudades de todo el país cuenta con un espacio de ese tipo, convertido en un lugar emblemático para aproximarse a obras que dejaron de ser novedades y, muchas veces, se transforman en verdaderas joyas bibliográficas.
Hay diferentes formas de acercarse a las librerías de viejo, pero sin duda la más importante se logra gracias al dueño o encargado del establecimiento, por lo general conocedor de las diferentes ediciones que se han publicado en México de determinados libros, alguien que conoce perfectamente el oficio.
Por ello, preguntamos a cinco escritores qué han significado en sus vidas las librerías de viejo, cuáles han sido las joyas bibliográficas que han encontrado, cuál recuerdan con especial cariño y si piensan en su desaparición. Las respuestas nos conducen al pasado por el camino de la nostalgia.
Héctor Carreto
Son una opción. Allí te puedes encontrar libros agotados o difíciles de encontrar en las librerías “de nuevo”. Y creo que eso es lo que vale la pena, más incluso que los precios.
No recuerdo a ninguna con especial cariño, pero hay varias que he frecuentado: La Torre de viejo, La Torre de Lulio, Alicia tras el espejo; hay varias en Donceles de las que no recuerdo el nombre, y una que está en la calle de Córdoba, en la Roma, casi esquina con Tabasco.
Polo Duarte me consiguió Los himnos tardíos, de Hölderlin, y una antología de Pessoa publicada en Fabril. En la librería que está en Córdoba encontré un libro que presté y no me devolvieron: Con las mujeres nunca se sabe, novela negra de James Had-ley Chase, y además en la edición de Emecé. En la Lagunilla encontré una antología que busqué mucho, las de O.W. de L. Milosz y losCantos de los oasis del hogar, en la edición de Centauro de 1944. En una librería de Puebla me topé con la segunda edición de Moon Stone (La piedra lunar), de Wlikie Collins, a precio casi regalado. Sería muy larga la lista de las joyas encontradas en la isla del tesoro de las librerías de viejo.
No creo que estén en peligro de extinción, pues la gente constantemente se deshace de libros que terminan en las librerías de viejo. Tendrían que desaparecer definitivamente los libros impresos para que eso pasara.
Gerardo de la Torre
Cuando comenzaba a escribir era una posibilidad de conseguir libros baratos o libros que ya no estaban en las librerías (por lo demás escasas en mi juventud). En librerías de segunda mano conseguí en años mozos Cómo escribir un drama, de Lajos Egri, por ejemplo, y Cómo escribir una novela, de Kobold Knight, libros que nos ayudaron a José Agustín y a mí a entender el asunto de la creación literaria. Hoy, en las librerías de viejo seguimos hallando cosas inconseguibles en las de nuevo, pero ya nada baratas.
Sin duda la librería más añorada es la del siempre gentil y generoso Polo Duarte —Libros Escogidos— en avenida Hidalgo, frente a la Alameda, donde hoy está la Secretaría de Hacienda. Polo almacenaba tesoros bibliográficos en su pequeño local y además buscaba libros para los asiduos. Y encima nos fiaba. Tenía una libreta donde anotaba los nombres y al lado los títulos y las cantidades de los deudores, y estoy seguro que la mayor parte de aquellas deudas quedaron impagas. Cuando murió Juan Manuel Torres (1980) quise pagar su deuda, pero Polo me mandó a volar.
En el estrecho local de Libros Escogidos celebrábamos tertulias cada sábado. Acudíamos allí —y sin duda omito muchos nombres— Otaola (que era el alma de la fiesta), José de la Colina, Francisco Hernández, Emilio García Riera, Francisco Sánchez, Francisco Cervantes, el Booker Benítez y mucha gente más. Luego de dos o más horas de hablar de libros, cine y la guerra civil española, desembocábamos en la cantina El Golfo de México, allí al lado, y no siempre salíamos indemnes.
A precio de regalo, Polo nos consiguió las obras en prosa de Poe, traducidas por Cortázar, en la edición original, la de 1956 de la Universidad de Puerto Rico. También a precio de regalo las mandó empastar en piel. Hasta la fecha conservo los dos voluminosos ejemplares. También con Polo conseguí Los días terrenales, de Pepe Revueltas, en la edición de 1949, la que en esos años fue condenada por el Partido Comunista. Más tarde, Pepe me firmó el ejemplar.
No creo que desaparezcan. Son negocios muy bien establecidos. Lo que ha desaparecido son los buenos precios de viejo.
Hernán Lara Zavala
Las librerías de viejo para mí son mucho más interesantes, atractivas y estimulantes que las librerías convencionales. Para mí representan la posibilidad de encontrar tesoros insospechados en ediciones únicas y de autores que han trascendido los vaivenes de la moda. Una librería de viejo es uno de los grandes placeres de mi vida, entre otras razones porque me considero uncazalibros.
La librería que más me ha dolido que desaparezca se llamaba Gotham Book Mart en Manhattan, Nueva York. Me la recomendó Juan García Ponce cuando recién lo conocí y la última vez que estuve en esa ciudad me llevé la triste sorpresa de que ya había desaparecido. Estaba muerta. Y lo lamenté porque todos los libros que vendían ahí estaban bien seleccionados y todos eran exclusivamente de grandes autores literarios.
Mi mayor “tesoro” lo encontré en la ciudad de Chicago, Las mil y una noches en la traducción de Richard Burton en doce volúmenes, relativamente baratos pero con un pequeño problema: faltaba el primero. De todos modos los compré y me ufano de ello. Las librerías en general están en peligro de extinción, pero las de viejo más porque han dejado de ser negocio. ¿A quién le importa ahora conseguir ediciones príncipe o libros bien impresos que ya no resultan atractivos cuando puede uno recurrir a internet, Wikipedia, Kindle, Ipad, Amazon, para echarles meramente un vistazo? Se ha perdido la sacralidad de los libros y lo lamento en el fondo de mi corazón.
Adolfo Castañón
Todo y más: Roma y Babel conviven en La Lagunilla...
Aunque en realidad no es una librería de viejo, pues ahí se venden mezclados maravillosos libros nuevos y antiguos, prodigios pasados y modernos, pienso en la Librería Madero animada por Enrique Fuentes en la calle de Madero.
La primera edición de las Obras completas de Marcel Schwob, editadas por Mercure de France, en 1907. Estoy ahorrando para comprar la traducción al francés de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, hecha por el poeta y geógrafo parnasiano José María de Heredia, que leyó Flaubert.
No creo que estén en peligro nada más las librerías de viejo, sino todas, todas las librerías dignas de ese nombre. Pero trato de imaginarme cómo serían en el futuro las “librerías de viejo” de aplicaciones para iPod, kindles y libros electrónicos... El paraíso tiene muchas formas.
Carmen Boullosa
Durante años compré libros en librerías de viejo. Primero porque de joven pobre poeta, las del Centro era la manera de comprar libros. Pero con el tiempo se han vuelto mi espíritu. Mis libros en casa parece más librería de viejo que biblioteca. El sentido (y la sabiduría) de las librerías de viejo es la confianza en lo involuntario, en un sentir colectivo que cruza el tiempo.
Los libros que van cayendo, sin ton ni son aparente, pero con designios anteriores a la última voluntad que les pone mano encima... Cuando camino por las bibliotecas, les voy buscando, entrecerrando los párpados, su alma de librería de viejo.
Te soy franca no tengo especial cariño por una, sino varias. Cuando fui a Londres por primera vez, me asomé a la ristra en Charing Street. En NY, lo mismo, Strand. En México, las del Centro.
No voy tras una joya, sino tras lo que me habla. La primera edición del libro de Exquemelin (que Carpentier apodó “El médico de los piratas”, de quien escribí dos libros), salió de una expedición en librería de viejo. Era una edición fatal —alterada, irrespetuosa y encima fea—, pero me abrió los ojos al universo de la piratería en el mar Caribe. Entro a las librerías como una niña ciega, a la búsqueda de revelaciones. No busco “joyas bibliográficas”. Para eso hay libreros especializados —tengo ediciones originales del libro de Smeeks o Esquemelin—, en dos o tres lenguas: son libros antiguos, no de librerías de viejo.
Espero que no desaparezcan. La pregunta no es pertinente para mí. Yo soy del pasado, en muchos sentidos —mi conciencia, mis alegrías, mi sensibilidad: desde joven siempre estoy volviendo a la infancia o al pasado “histórico” (si eso existe).
México. Jesús Alejo
http://www.milenio.com/cdb/doc/impreso/9089162

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