sábado, 18 de abril de 2009

La calle de los libros

La calle de los libros
Hay librerías-supermercado y librerías de viejo a las que sólo llegan eruditos y buscadores de tesoros. Existe una en Costa Rica que funciona en una peluquería y otra más discreta, en Ecuador, cuyos volúmenes se ofertan dentro de un burdel. Pero detrás de esa apariencia engañosa, una librería de viejo es un lugar aristocrático, donde sólo se vende lo mejor. ¿Serán sus libreros los críticos más severos de la literatura?
Una crónica de Juan Bonilla | No. 62


La librería más extraña en la que que he buscado libros es una que hay en el centro de San José de Costa Rica, descubierta por azar. Librería y peluquería de señoras. Yo iba caminando bajo la persistente llovizna que, puntual, moja las calles de la ciudad después del soleado mediodía, y de repente, aquella boca abierta en un edificio cualquiera, unos montones de libros por el suelo, un tipo viendo béisbol en un televisor portátil, y sí, aunque no pudiera creerlo, con un fondo de señoras ante el espejo vigilando cómo les hacían las permanentes o les teñían las crenchas, aquello era una librería. Cómo no entrar. Salí de allí una hora después, con la historia del local lista para ser transcrita en mi cuaderno: fue librería antes que peluquería, pero el viejo que la fundó murió, una de sus hijas decidió que quería utilizar el local como peluquería y otro, que tiene una librería a tres calles, dijo que ni hablar. Quedaba el hijo tonto; no opinaba: era el que estaba viendo béisbol en la tele. Así que se repartieron el local, la mitad para la peluquería y la otra para la librería. Habría sido milagroso encontrar algo de valor allí, abundancia de novelas policíacas, interesantísimos libros sobre política centroamericana, ediciones de bolsillo descuajaringadas. En los locales así es inevitable que el buscador baje el listón de sus exigencias: nos conformaríamos con cualquier novelucha que tuviera al menos una portada bonita, con casi cualquier cosa impresa en algún lugar mítico, como Antigua, sólo por tener algo impreso en esa ciudad. Tuve suerte: pesqué una edición de los Salmos, de Cardenal, y eso es todo amigos. Le pregunté al espectador del partido de béisbol por esa otra librería que tenía el hermano. Me dijo que su hermano era un genio, que era el hombre que más sabía de libros del mundo, que cualquier cosa que buscara él me la iba a encontrar seguro, así fuera un libro jamás escrito ni publicado por nadie (esto último me fascinó: un librero que se dedica a escribir libros que sus clientes buscan a pesar del evidente handicap de que nadie los escribiera nunca). Así que de la peluquería de señoras partí hacia esa meca de la bibliofilia, una especie de chiringuito abarrotado de libros donde triunfaba sin duda el género religioso y de autoayuda. En los diez minutos que permanecí allí entraron seis personas a preguntar por cosas del tipo Haz que tu vida sea un domingo radiante y Cómo caerle bien a quienes les caes mal. El librero se sonrió al yo contarle lo que su hermano me había dicho de él, y bastó que cruzáramos los guantes para que entendiera que ni el hombre estaba interesado en los libros ni estaba allí por otra cosa que obligación filial. Pensé que había una historia enterrada: en realidad al librero no le gustaba tener abierta aquella tienda, lo hacía por pura obcecación, por no dejar que su hermana se saliese con la suya, por demostrarle que a la muerte del padre, mandaba él. Así que había generado aquel establecimiento único –no creo que haya ninguna otra librería-peluquería de señoras en todo el mundo– sólo para impedir que su hermana le ganara aquella partida. En la segunda tienda no encontré nada con lo que me apeteciera cargar, y a punto estuve de tratar de venderle el libro de Ernesto Cardenal que le había comprado a su hermano por un dólar.

Según parece, en San José es habitual que tiendas que se dedican a otra cosa guarden allá en un remoto rincón de su fondo unas pilas de libros que ya estaban allí cuando se abrió el negocio. En una colchonería de la Plaza González Víquez, el escritor Tomás Saraví –que iba buscando una almohada– dio con algunas joyas bibliográficas del siglo XVIII que habían sido puestas sobre una mesilla de noche como para hacer de atrezzo o utilería. Las dos citas imprescindibles para quien visite la capital de Costa Rica son El Erial, una librería pequeña, que aparentemente no contendrá nada que vaya a alegrar nuestras estanterías, y Expo 10, un perfecto laberinto caótico en cuyo centro hay un ring cuya lona, ahora alfombrada de volúmenes, quizá recuerde aún en algún sueño las mejillas de los boxeadores que fueron noqueados sobre él. En El Erial hay que ser insistente, mentar los miles de kilómetros que hemos hecho para llegar allí, y puede que convenzamos a quien nos atiende de que nos abra el zaguán donde guarda las piezas privilegiadas: es un peligro hacerlo, porque si se nos abre el zaguán habrá que comprar algo, y puede que en esa temporada al librero le haya dado por privilegiar manuales médicos o novelas de Virginia Woolf, dos categorías en las que nuestro interés no se siente concernido. Expo 10 es una experiencia por la que debe pasar todo bibliófilo, y debe hacerlo sin escafandra que lo defienda. Retiras un libro y puede venírsete una montaña encima, y al rato aparecerá tu cabeza abriendo una boca en la montaña y en tu mano el libro que echó abajo el cúmulo de volúmenes, bien apresado, porque es una primera edición de las Greguerías, de Ramón Gómez de la Serna, con su cubierta ajedrezada y su letra minúscula. Dice la leyenda que han sido unos cuantos los bibliófilos que se perdieron por los laberintos de esta tienda. Cuántos: pues diez, naturalmente, por eso se llama así, porque diez viajeros desprevenidos no encontraron la salida del bosque en el que tan fácil resultaba entrar.

Referencia:

http://etiquetanegra.com.pe/?p=563

Indices de lectura en México

Guillermo Cordero García

Seguramente habrás oído decir que los mexicanos leemos muy poco. Sin embargo, ¿qué tan cierto es esto?

Si nos enfocamos en el número de libros publicados y vendidos en México, las cifras son muy decepcionantes: según la UNESCO, el índice de lectura en nuestro país es de 1.2 libros por persona al año, cuando el organismo recomienda la lectura de por lo menos cuatro para garantizar cierto desarrollo de la sociedad en la cultura escrita.

Ahora bien: si consideramos los millones de ejemplares que se venden semanalmente en forma de historietas y revistas de chisme o nota roja, el consumo per cápita aumenta considerablemente.

En éste como en muchos casos aplica aquel viejo refrán que dice: “Ni tanto que queme al santo, ni tanto que no lo alumbre”.

Si la medida para evaluarnos es qué tantos libros especializados se venden, no nos queda más que deprimirnos pues, lamentablemente, lejos estamos de ser una sociedad que impulse decididamente el desarrollo de la ciencia y las humanidades. No obstante, también hay que cuidarnos de echar las campanas al vuelo por la enorme cantidad de revistas que se consumen: en términos de educación, es más importante el qué que el cuánto. ¿Cómo podemos saber entonces qué tanto leemos los mexicanos y de qué calidad es?

¿El justo medio?

Quizá el error de los investigadores en este tipo de estadísticas radique en confiar demasiado en el dato duro que arroja las ventas editoriales. Para matizar sus datos, tendrían que diseñar instrumentos para medir qué y qué tanto lee la gente… sin comprar.

Pongamos un ejemplo. ¿Alguna vez has leído un libro prestado? Lo más probablemente sea que sí e, incluso, que conozcas la historia de uno que causó furor y terminó desguanzado después de que lo leyó mucha gente. Eso sin contar los servicios que prestan los libros en las bibliotecas públicas a diferentes personas.

Otro ejemplo. Esto que estás haciendo en un sitio de Internet, ¿no tendría que ser considerado para establecer el nivel de lectura en un país? Al fin y al cabo cada vez son más las personas que tienen acceso a este instrumento de comunicación y del cual generan actos de lectura no cuantificable en términos de compra-venta. Ni qué decir de lo que se lee en fotocopias.

Uno más: ¿alguien se ha puesto a pensar en la cantidad de lecturas que vienen y van desde una librería de viejo? ¿Podemos pasar por alto la vitalidad de estos establecimientos? ¿Son meros estanquillos de curiosidades de segunda mano?

Los libreros de Mesones

En la calle de Donceles, entre Palma y República de Brasil, en el Centro histórico de la ciudad de México, se concentra y renueva diariamente un enorme acervo bibliográfico no inventariado y difícilmente cuantificable que constituye una fuente de lecturas muy importante para mucha gente.

No es exageración. Basta recorrer las ocho librerías que hay en esta cuadra para darse una idea de la cantidad y variedad de libros puestos a disposición del público a precios económicos. Ahora que si estás dispuesto a caminar un poco, puedes encontrar muchas más en la misma zona, aunque las hay por varios rumbos del país.

Se les conoce como librerías de viejo, o de usado, porque en ellas se recicla continuamente buena parte de lo que se ha editado en español a lo largo de la historia. Son como el inframundo de los libros: lugares donde llegan los ejemplares que ya no le sirven o interesan a sus dueños, pero donde rejuvenecen y vuelven a salir al mundo para ser útiles a alguien más…una y otra vez.

Las hay de varios tipos, pues cada una está marcada por el sello personal de su dueño: su noción particular de qué hace más fácil que la gente se interese por un libro. Aunque en Donceles todas las librerías son universales (como les llaman orgullosamente sus propietarios, pues se puede encontrar al menos un libro de cualquier tema), de un establecimiento a otro cambian el ambiente que se respira y las estrategias que se despliegan para que la gente se sienta invitada y entre a hurgar los libros que quiera.

Unas semejan más una biblioteca con sus ejemplares completamente ordenados en libreros; en otras se camina por los pasillos que dejan enormes montones de libros que se elevan desde el suelo.

Algunas escogen muy selectivamente los títulos que venden y otras prefieren construir pilas temáticas que se ofrecen al mismo precio. Hay las que compran saldos a las editoriales y las que cuidan que no haya muchos libros repetidos.

Están finalmente las que sólo venden libros y las que son auténticas librerías en el sentido actual de la palabra: lugares que disponen de un espacio para que la gente se siente a leer y en donde funcionan talleres literarios, foros de discusión, círculos de lectura y demás actividades que abrigan culturalmente a quien así lo quiera, mediante un pago mínimo por costos de recuperación.


¿Una visita exploratoria?

Te guste o no leer, deambular por estos lugares resulta una experiencia sobrecogedora: ante tanto libro tan distinto, ordenado por una enorme variedad de temas, dispuestos a la mano para poder hojearlos a fin de saber si son lo que buscas, y a precios accesibles, es casi inevitable sentir el deseo de atesorar una lectura.

A veces no es el tema lo que mueve a interesarte por un ejemplar sino la dedicatoria con la cual se regaló; a veces es el leer los subrayados que alguno de sus lectores dejó para recordar lo que él veía interesante en esas líneas de sensibilidad y pensamiento; otras son simplemente las ilustraciones las que te remontan a imaginar otras épocas. No importa qué sea: en medio de tal cantidad de opciones es difícil no encontrar algo atractivo.

Por todas estas razones queremos invitarte a que visites una librería de viejo y busques un libro que despierte tu interés. Si no sabes cómo, te proponemos un reto. Si no sabes en dónde se encuentra una cerca te ofrecemos un directorio. Si ni así encuentras una, busca en la sección amarilla de tu localidad “Librerías” y luego “Compra-Venta de libros usados”. De cualquier manera mantén los ojos abiertos: donde se anuncie “Compro libros”, ahí habrá un librero de viejo.

Referencia:

http://sepiensa.org.mx/contenidos/2006/s_libreriasdeviejo/1indices/p1.html

¿Cómo vender libros usados?

Guillermo Cordero García




En lugares donde no hay muchas bibliotecas o se dificulta el acceso a los libros por cuestiones de economía, las librerías de viejo podrían representar una opción viable para ofrecer todas las posibilidades que abre el acceso a la lectura en la comunidad.

Por tal motivo entrevistamos a Fermín López Casillas, un librero de viejo de amplia tradición familiar, para que nos diga qué aspectos hay que cuidar para que prospere un negocio como éste.

¿Cómo se empieza?
El primer paso consiste en conseguir un local comercial muy cerca de una librería para no quedar aislado. Si son muchas en una zona es mejor, porque la gente va a donde tiene más alternativas.

Hay que aprovechar que en las librerías de nuevo no encuentra todos los libros que solicita. Por eso viene a la librería de viejo buscando los que están agotados o ya no se editan. Si la tiene a un paso, qué mejor.

Se empieza poniendo a la venta los libros de uno porque, como decía mi papá, un buen librero no debe tener biblioteca: él los leía o los hojeaba y luego los vendía.

Yo chillé vendiendo muchos de mis libros. Eso sí, no hay que malbaratarlos. A estos primeros ejemplares hay que ponerles el precio que se quiera. Como se está empezando deben tomarse en cuenta los gastos fijos: renta, luz, teléfono y el dos por ciento de impuestos de todo lo que se venda.

Sin embargo, el precio tiene que ser atractivo: no tratar de exprimir a los clientes a la primera sino interesarlos; mostrarles los lotes que acabes de comprar para que no se aburran del negocio y regresen. Lo importante es que siempre encuentren algo nuevo. Muchos hasta te dicen qué les interesa para que los llames cuando te llegue algo.

Como se depende un poco de las novedades editoriales, hay que darlas más baratas que los que venden libros nuevos. Eso depende de uno: de 40 a 60 por ciento más abajo. Constantemente tienes que usar el método comparativo. Si tienes una edición parecida a algo que se encuentre en todos lados debes ponerla al mismo precio: su atractivo depende de que sea una edición especial, aunque sea usada.

Con los libros fuera de circulación se tiene más margen para ponerles precio, pero todo depende del interés que aún puedan despertar.


¿Cuándo hay ganancias?
Al principio hay que hacerse cargo de todo. No puedes contratar empleados porque te acabas tu biblioteca en sueldos.

Hay que tomar en cuenta que hasta el año de trabajo se ven resultados. No es tanto tiempo pero sufre uno mucho.

Por eso recomiendo a quien quiera poner su librería que haga tres apartados de su venta diaria: si vendí 450 pesos, 150 son para comprar libros, 150 para pagar mis gastos y 150 mi ganancia. Hacerlo diario porque si te vas quedando con todo, luego ya no tienes para comprar y se acabó el negocio. En el caso de que sobre dinero tampoco lo gastas: mejor lo metes para la compra porque si un día llega una biblioteca de 10 mil pesos y no los tienes…

Aunque lo común es ir comprando de 15 a 20 libros por vez, hay que estar preparados para poder pagar una biblioteca importante, pues eso acredita más rápido a tu librería: que vea la gente que tienes cosas interesantes. Por eso hay que aventurarse a comprar: porque si no se acaba lo que funciona, lo demás ahí se te quedó para toda la vida.

La premisa más importante es promoverte: “Compro libros”, y no “Vendo libros”: esto último no es tan importante. “Compro” porque así renuevo mi material. Hay que hacerlo diario. El dinero que obtuviste de inmediato lo tienes que reinvertir.

La otra es acomodar los libros porque si están revueltos la gente se aburre. Vas viendo cuáles no tienen movimiento y los cambias cada vez que compres: eliminas lo que no sirve y renuevas tus libreros.

¿Qué comprar?
Con la práctica vas sabiendo qué se va a vender rápido. Los autores clásicos, todos los contemporáneos, los ganadores del Premio Nobel y las novedades que uno ve en las librerías: la gente los lee y los vende. Y el cliente mismo te dice cuáles son cuando te pregunta si los tienes.

Lo que más se vende es novela. Le sigue superación personal y esoterismo. Son los caballitos de batalla. La novela porque es lo que se ha publicado más.

Si me llega un lote de Derecho lo tomo, también se vende mucho. La diferencia es que hay muy poco: los vas a vender pronto. Lo mismo con los libros de Matemáticas o Física a nivel superior. Los pones entre 100 y 200 pesos y se te venden rápido. Pero para que te llegue una biblioteca de un físico o un matemático que se murió es muy difícil porque no abundan.

Las enciclopedias ya no las compro porque no le interesan a nadie.

El Internet ha afectado en esto y en los diccionarios principalmente. En lo demás no. Aunque sí ha afectado porque la gente cree que todo está en Internet, en las computadoras, en Encarta, y no compra libros. Pero no: la lectura es un satisfactor personal, un recreo, más que un asunto de consulta. Cualquier novela te lleva por otros caminos: no está digerida como la televisión. Te empiezas a imaginar un montón de cosas cuando estás en contacto con el autor.

¿Atención personal?
Muchas personas vienen y piden que les recomiende un libro porque quieren empezar a leer, pero no saben qué. Son de clase media baja interesadas en abrirse camino, conocer, saber y documentarse sobre lo que sea.

Generalmente llegan por un libro que le encargaron sus hijos: de texto o algo así. Ya después te dicen qué les recomiendes algo para leer.

Yo les pregunto qué les gusta y muchas veces me comienzan a decir qué han leído. Si la persona ya leyó a un autor le ofrezco otro del mismo o de alguno similar, pero le recomiendo que vea las solapas o la contraportada; por lo general ahí aparece una sinopsis de lo que trata la obra. Esto lo hago porque si sabe cómo conducirse con los libros en otra ocasión puede ir directamente a la sección que le interesa y encontrar lo que busca.

A lo mejor se lleva una novela mala, pero eso no tenemos por qué valorarlo. Al contrario. Es lo mejor que le pudo pasar: meterse a una librería y empezar a buscar qué leer. Luego él solito va a llegar porque ya sabe cómo encontrar.

Si nunca ha leído nada le digo que inicie por el que está comprando o por los que tienen sus hijos, pues eso le va a empezar a abrir puertas para llegar a cualquier lado. Pero sobre todo le digo: “Cómprese un libro, por ejemplo éstos están en oferta a 30 pesos. Le va a gustar; y si no, me lo trae y se lo cambio por otro. Lo importante es hacerlo sentir que vale la pena el gasto, que le va a dar una satisfacción. Hago eso con mis clientes.

Llegan con un montón y me dicen: todos estos se los compré. Se los cambio de a tres por uno.

Quien se anime a poner una librería tiene que implementar sus propias estrategias: a lo mejor alquilarlos o no sé qué. Siempre he pensado en hacer un club de lectores. Que paguen una inscripción equivalente al precio del libro y luego prestar los que quieran por un peso diario…Sin embargo, hasta ahora no he sabido cómo aterrizar esa idea.

Si quieres saber un poco más sobre el funcionamiento de un negocio como éste, te invitamos a consultar “¿Cómo comprar libros usados?”, “El inframundo de los libros” y “Directorio nacional de librerías de viejo”.

Refencia:

http://sepiensa.org.mx/contenidos/2006/s_libreriasdeviejo/7vender/p1.html

El inframundo de los libros..

sábado 18 de abril de 2009


¿Los libros se reciclan?
Para que un libro llegue a una librería de viejo es necesario que alguien se deshaga, voluntaria o involuntariamente, de él.

En general es un asunto práctico: la gente cambia de domicilio, los libros no les caben en el nuevo, hacen una selección y llaman a un librero de viejo para que se lleve el resto. También parece ser típico de las cabezas de familia: como no logran que sus hijos ya casados se lleven sus cosas, un día se deciden a hacer limpieza y van todos los libros para afuera.

Algo similar sucede cuando muere el que formó una biblioteca que sólo a él interesaba. Como ninguno de sus familiares piensa leerlos, buscan a los libreros de viejo para hacer “efectiva” esa parte de la herencia.

Sea que vayan los libreros a ver las colecciones o se las traigan poco a poco hasta sus establecimientos, una vez que los libros están ahí pasan por un proceso de clasificación: lo primero es ponerles precio.

Según sea el título, la edición y su estado de conservación, se acomodan en montoncitos con diferencia comercial de 5 pesos. Los que se considera que pueden venderse a más de 100 se les pone el precio aparte, pero éstos son los menos.

¿Cómo organizar libros tan distintos?
Una vez etiquetados se separan en montones más pequeños, pero ahora depende de lo que trate cada libro: se los ordena por tema para que después sea más fácil acomodarlos en los libreros por orden alfabético según el apellido de los autores.

La intención de todo esto es que puedas llegar al libro que necesitas por varias vías.

  • ¿Estás interesado en las hazañas sin importar quién las haya realizado? Hay un estante destinado a los libros de aventuras
  • ¿Te recomendaron a un novelista pero no sabes qué ha escrito? Puedes buscar qué libros están firmados con su nombre en donde se guarda la Literatura
  • ¿Necesitas un libro para adentrarte en la álgebra? Hay un lugar para todas las Matemáticas.

No obstante, hay libros cuyo tema y autores se resisten a una clasificación específica. En tal caso pregunta sin pena por lo que buscas o, si tienes tiempo, entretente un poco probando todas tus hipótesis sobre dónde puede estar: en esas búsquedas uno encuentra lo que ni se imaginaba.

En este tipo de lugares lo común es que la gente vaya por un libro en específico y pregunte por él. La gente de la librería lo busca en la sección y, si lo tienen, te lo muestran indicando el precio y el descuento: 10% para el público en general y 20% para personas de la tercera edad. Si no lo encuentran van con el dueño para saber si el título puede estar en medio de esa abundancia de libros. Como él es el que recibe todos los libros les puede decir si se acuerda que haya llegado o en qué otra sección lo pueden buscar.

Lo que te debe quedar claro es que las librerías de viejo son sitios de confianza abiertos a todas tus consultas: les interesa tanto que renueves tus lecturas y sientas que vale la pena el gasto, que hasta te cambian los libros que les hayas comprado al 3 por 1.

¿Cómo se mueven?
Aunque el nombre de “librerías de viejo” nos pueda remitir a lugares llenos de telarañas y polillas, la verdad es que tales alimañas están imposibilitadas a hacer nido debido a que los libros están en constante movimiento.

Con una lógica distinta a la de las librerías de nuevo, donde se venden de golpe cientos de ejemplares de un libro de novedad, acá se va vendiendo poco a poco, pero constantemente, mucho de lo que se ha publicado en español y otros idiomas: es decir, un número ilimitado de títulos que en otro lado no encuentras.

Puesto que no dependen del todo de los Best Sellers o “Mejor vendidos”, aunque aquí también los puedes encontrar, se ven obligados a ofrecerte algo interesante siempre que vengas.

Por ello, periódicamente, cada vez que llega un nuevo lote y se acomoda por orden alfabético, se revisan los estantes para detectar los libros que no se están moviendo y obligarlos a caminar. Como se anota en la etiqueta del precio la fecha en que se ponen a la venta, basta con abrir la portada de un ejemplar para darse cuenta de cuánto lleva ahí y qué hacer con él.

Se sacan de los libreros los que llevan mucho tiempo y se les pone en las mesas de ofertas donde se ofrecen a 1 ó 5 pesos. Si ni así salen se les manda al “kilo”, el nombre que le dan los libreros de viejo al reciclaje de papel en donde les pagan 30 centavos por cada kilogramo de libros que ya a nadie interesan.

¿Inframundo?
Cuando uno escucha hablar sobre su establecimiento a un librero de viejo como Fermín López Casillas, es inevitable recordar el inframundo náhuatl: aquel lugar en el que las almas de los muertos van perdiendo poco a poco todo rastro de su identidad hasta volver a ser tomadas por los dioses, limpias de toda historia, para generar nueva vida. En un proceso parecido, aquí los libros también tienen la oportunidad de cumplir dignamente con su ciclo vital.

Conforme envejece la materia física de su encuadernación o la espiritual de su contenido, se acercan al crisol donde serán nuevamente materia prima para imprimir los textos que hoy se escriben: En este caso la recicladora de papel es el último nivel a atravesar antes de volver a nacer como algo útil.

Los libros parecen tener una vida secreta que no solemos imaginar. Del momento en que uno nuevo es comprado y hasta que llega a la trituradora, su vida puede estar llena de lectores o transcurrir tristemente arrumbado en un estante …hasta que llega a una librería de viejo y empieza a saborear lo que es vivir de mano en mano.

¿Por qué no pones uno en las tuyas para que luego llame a otro y a otro? ¿Por qué no platicar con todos aquellos que se han atrevido a dejar sus emociones por escrito…estén vivos o muertos?

Referencia:

http://sepiensa.org.mx/contenidos/2006/s_libreriasdeviejo/4inframundo/p3.html

¿Cómo comprar libros usados?, ¿Cómo adquieres los libros?

Aunque uno pudiera pensar que lo más importante en cualquier negocio es vender, al entrevistar al librero Fermín López Casillas nos encontramos con que en una librería de viejo lo más importante es saber comprar.
Con esta conversación queremos invitarte a que conozcas cómo un especialista valora los libros y todos los cálculos que tiene que hacer para ofrecerte lecturas interesantes a bajo precio.

¿Cómo adquieres los libros?
Yo compro los libros aquí en la librería o me llama la gente porque nos anunciamos en la Sección amarilla y en el periódico. En ese caso voy a ver la biblioteca y siempre le pregunto cuánto quiere; por lo general regateamos. Es muy rápido saber cuánto puedo pagar porque ya conozco los libros. De un vistazo de 2 minutos sé más o menos cuánto ofrezco, dependiendo qué haya.
Los libreros llamamos “basura” a los libros que ya nadie quiere ni lee y que se empiezan a acumular. En todas las bibliotecas hay. Por eso uno calcula lo que va a pagar por todos los libros considerando sólo los que van a recuperar la inversión y obtener la ganancia. Por lo común son el 25 ó 30 por ciento del total, aunque claro, hay bibliotecas que son buenas en un 70 u 80 por ciento, pero son muy raras.
Es muy difícil explicar cuáles son los libros útiles. En todos los temas y materias hay libros buenos y malos comercialmente. Los buenos son siempre los clásicos.
Por ejemplo un Don Quijote de la Mancha. Están las ediciones populares: la de Porrúa, la de Austral, la de Editores Mexicanos; en fin, hay muchísimas. En el pasado sucedía lo mismo: hay ediciones de lujo, empastadas, numeradas, ilustradas… Entonces no puedo valorar lo mismo un Quijote de “Sepan cuántos” que uno ilustrado por Doré: el primero lo vendo en 50 pesos y el otro, de Utea en dos tomos, en 600 pesos.
Los títulos de los libros son muy importantes a la hora de ver las bibliotecas. Luego intervienen aspectos como la edición, el estado de conservación del libro, si están ilustrados, si es fina la ilustración, la antigüedad, etcétera. Porque, por ejemplo, hay libros del siglo XVII que no tienen mayor trascendencia (aquí los ofrecemos entre 30 y 200 pesos), y no es lo mismo a un Quijote del XIX.
También hay que tomar en cuenta lo que voy a poder vender, porque si se quedan toda la vida en la librería no es negocio. Sin embargo, por ahí tengo muchos libros que me regaló mi papá cuando puse mi primer local, en 1985, aunque eso es por respeto.
¿Cómo atinarle al precio?
Si te venden una biblioteca de 200 ejemplares debes calcular que antes de 2 meses tienes que vender por lo menos 20: con ellos tienes que recuperar la inversión y obtener una pequeña ganancia para pagar todos los servicios.
El margen de utilidad es entre 50 y 100 por ciento, quitando lo que no sirve y considerando el tiempo de venta de muchos libros que tardan venderse.
Como no subo los precios, una vez etiquetados el margen de utilidad se empieza a apachurrar y ganas menos.
Por eso hay que obtener la utilidad a más tardar en 4 meses; porque si no, en vez de ganancia es pérdida. De ahí que cuando compro me fije en los libros que van a tener salida rápida para saber cuánto pago.
El mundo de Sofía, por ejemplo: con él tienes utilidades pronto. Todo lo de moda se mueve rápido. De ahí que en una biblioteca de 150 a 200 libros que compro, 30 o 40 te deben dar la utilidad del 100 por ciento.
Al principio uno la riega muy feo, pero es el gaje del oficio: pagas más por lo que no se va a vender o vendes más barato de lo que pudiste. Eso se va aprendiendo con la práctica y con el estudio.
Hay que revisar catálogos de libros viejos. Porrúa y otras editoriales importantes sacaban catálogos de libros de Historia de México donde está el precio, los tomos y la descripción. Con esa información analizas los que te llegan a las manos.
Por ejemplo la Historia antigua de México, de Francisco Javier Clavijero. La encuentras como garbanzo de a libra en una biblioteca de unos mil 500 libros que pagas a 10 mil pesos. La etiquetas en 5 mil, un cliente se la lleva por 4 mil y crees que ya la hiciste; según tus cuentas con esa sola venta ya recuperaste el 40 por ciento de la inversión total. Sin embargo, pasan dos o tres años, te llega un catálogo de 1949 y, revisándolo, descubres que lo malbarataste. Si en ese entonces lo vendían a mil pesos y el dólar estaba a 7,5 pesos deberían ser 7 mil quinientos de ahora, aunque es sólo una idea. Hoy, con el Internet, los encuentras valuados internacionalmente; pero esto te puede causar muchos problemas si no tomas en cuenta cuál es tu mercado. El precio en Italia no es el mismo que puedes manejar aquí.
¿Es negocio?
Yo pienso que en cualquier ciudad capital debe haber, por lo menos, una librería de viejo, pero bien establecida.
Es un negocio noble y generoso si lo sabes trabajar y te arriesgas. Mi papá siempre nos dijo que lo más importante de un librero es comprar. Debes renovar tu material para que la gente vea cosas distintas y regrese. Es la primera premisa: renovar constantemente tu material para que el cliente no se aburra. Por eso no hay que gastar el dinero que se gana sino reinvertirlo constantemente.
Si te ha llamado la atención el contenido de este artículo y quieres conocer otros aspectos del negocio de las librerías de viejo, te invitamos a leer “¿Cómo comprar libros usados?”, “El inframundo de los libros”, así como a consultar el “Directorio nacional de librerías de viejo”.

Refencia:

http://sepiensa.org.mx/contenidos/2006/s_libreriasdeviejo/6comprar/p1.html