lunes, 2 de noviembre de 2009

De Manuel Porrúa a Miguel Angel Porrúa Homenaje a Manuel Porrúa

De Manuel Porrúa a Miguel Angel Porrúa
Homenaje a Manuel Porrúa
Adolfo Castañón
La historia del libro en México no se podría escribir ein recapitular la historia de la familia de editores y libreros que lleva el apellido Porrúa. Familias, habría que decir pues esta viña cuenta con varias cepas. Mi padre, Jesús Catañón Rodríguez, amigo de libros y libreros, nos enseñó a distinguir a mi hermana y a mí entre las tres familias principales: estaban “los Porrúa de Argentina”, editores de libros jurídicos y de la legendaria Colección Sepan Cuantos... con José Antonio Pérez Porrúa a la cabeza. Con ellos, había trato amigable pero no, que yo sepa, intimidad. Seguían, luego, “los Porrúa de Guatemala”, que en la esquina de esta calle con Seminario llevaban una librería de rancio abolengo. Era la Antigua Librería robledo. Aquella casona vasta y mieteriosa se me aparecía como un sitio entrevisto en sueños, y don Rafael Porrúa, el fino amigo de mi padre, se me figuraba un caballeresco descendiente del Quijote con su mirada distante y nostalgia, su sonrisa bondadosa, sus trajes de tweed ingles y su eterno cigarrillo sin filtro entre las manos.
Estaba por fin, Manuel Porrúa con su librería en la calle de Cinco de Mayo. Robusto y de mediana estatura, calvo y de vivaces y pícaros ojillos, Manuel -don Manuel para mis años infantiles- era, entre los Porrúa, el que sostenía con don Jesús, mi padre una amistad mas proxima y casí diría fraterna. Era también el mas convivial, según creo y le gustaba organizar en los altos de su librería de Cinco de Mayo brindis de fin de año y tertulias organizadas con diversos motivos (el paso o la despedida de algún autor o investigador extranjero, la publicación de un libro). Corrían los ultimos años cincuenta primeros sesentas. Allí se reunían personajes como Óscar Castañeda Bartres, Gabriel Saldívar, francisco Liguoi, Domingo Martínez Paredes, Arturo Araujo José Miguel Quinta y otros más cuyas corbatas recuerdo pero cuyos nombres he olvidado. Manuel Porrúa era de esos mexicanos afortunados que lo son por elección y por gusto. No lo unían a este país lazos de sangre, ni las cadenas del esfuerzo sostenido a lo largo de varias generaciones sino una rara fascinación -poco común incluso entre los mismos fascinados- por la historia de México, sus documentso y monumentos, sus enredos y episodios y una emoción no menos intensa por la tierra, el paisaje y los hombres y las mujeres de México. En las vitrinas de aquel salón, don Manuel iba exhibiendo sus tesoros: ahí vimos por primera vez un codice fascimilar (el Borgía, preparado por E. Seler), unas de las láminas de Egerton, un grabado de Ruelas, una litografía de Nebel o una Inundación Castálida.
Ese amor por las antigüedades mexicanas, esa bibliofilia ardiente y de vislumbres que rayaban en loépico (¡Cuántos esfuerzos había que hacer para que los libros no se fueran de México!) me parecía -y aun me lo sigue pareciendo- como un signo de nobleza en un país enamorado de la destrucción y la discontinuidad. En México y en Hispanoamérica no existen, es verdad aristocracias, grupos o familias identificados con la memoria profunda, artística y cultural del país. Tal papel lo suple un puñado de familias intelectuales y artistas que van transmitiendo el centro de la historia y poniendo pintos sobre las íes y las jotas, acentos y puntucación en la palabras y frases de la historia.
No era don Manuel Porrúa un heredero de familia ilustrada. Pero su amor a México y a su cultura – en ese orden- lo llevo a heredar su ilustración y su diligencia a su hijo Miguel Ángel quien muy pronto – en 1978- se independizó y se fue a poner casa -digo Librería- propia. Al igual que su padre Miguel Ángel ha querido ser un librero en el antiguo sentido europeo: un comerciante de libros antiguos y modernos y, además, un editor. Como editor, Miguel Ángel Porrúa ha sabido seguir las huellas del andador paterno. Pero si don Manuel coleccionaba libros mexicanos, Miguel Ángel se a dedicado a editarlos. Y si al padre le atraía el pasado, al hijo lo veremos, además, atraído por el presente y por el futuro, pues en su catálogo de historia y de ciencias sociales se pueden descifrar no pocos de los procesos y gestas del México actual y por venir.
Miguel Ángel , al igual que su padre don Manuel, sabe practicar -como diría Montaigne- el ate de la entre gente, de saber estar entre las personas escuchándolas y dando a cada uno su lugar.

Adolfo Castañón
“Manuel Porrúa” Agosto de 1998
México
Páginas 3-4

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quiero felicitar a toda la familia Porrua . Si hay valiosos amigos de los libros, amor por toda la literatura y por los beneficiados que somos todos los mexicanos. Ellos han puesto la belleza y el disfrute de leer. Los amo porque han puesto accesibles los libros. Han dado ami vida el amor por la cultura que tenido la suerte de trasmitir a mis cuatro hijos. Abriéndeoles un mundo maravilloso.gracis muchas gracias por su generosidad . Nina.