Mañana será tarde para América Latina
MANUEL GIL
Es muy común escuchar en el mundo del libro que editar es un arte y vender es un milagro, pues bien, si aceptamos este supuesto, las librerías de América Latina se enfrentan a un enorme reto. En un continente con unos índices de lectura y por supuesto compra muy bajos (Argentina, 55%; Chile, 51%; Perú, 35% y México, 20%), con una cantidad de libros leídos al año también muy escasos (Chile, 5,4; Argentina, 4,6; México, 2,9, y Colombia, 2,2), ser librero tiene mucho de heroico y vocacional.
En ese continente hay un gran déficit de librerías, lo que no significa que en cada uno de esos países no existan extraordinarios establecimientos. Igual que no puede hablarse de un mapa editorial latinoamericano, tampoco existe uno de librerías: carecemos de un censo fiable y detallado —pese a los esfuerzos denodados de un organismo intergubernamental tan serio y profesional como elCerlalc—, pero las estimaciones más razonables ofrecen una cifra de librerías independientes y cadenas en torno a las seis mil, siendo sin duda el eslabón más débil de toda la cadena de valor. No hay una realidad librera, hay múltiples perspectivas y polimorfas realidades. La concentración de librerías en los grandes núcleos de población determinan enormes espacios del territorio sin librerías.
Las librerías de América Latina se enfrentan a un conjunto de problemas muy diversos, como los citados bajos índices de lectura, el Estado como canalizador de volúmenes de compras enormes en régimen de compra directa al editor, niveles de redistribución de la renta muy desiguales, una muy baja demanda, un bajo número de bibliotecas públicas, la piratería, la reprografía ilegal y, en el caso del libro importado de España, unos precios sobreinflacionados.
Se podría añadir que comienza a observarse unos volúmenes de producción de títulos ciertamente importantes en todos los países del continente, por ejemplo, en 2012 se publicaron 27.661 títulos en Argentina, 65.745 en Brasil, 27.745 en México, 14.235 en Colombia o 5.957 en Perú, esta producción también supone un reto importante en la gestión diaria de las librerías. Resulta curioso observar cómo es mucho más fácil comprar en Colombia un libro de España que uno de Argentina o Chile. Las redes de comercialización y distribución entre países del continente también deben mejorar mucho. En paralelo, hay una escasa política de asociacionismo gremial y una enorme carencia de informes fiables y precisos de ratios sobre el estado de salud del tejido librero. Una de las fortalezas que acepto de las librerías del continente, a diferencia quizá de España, es que el libro y la librería mantienen una enorme legitimación social. Las librerías constituyen en ese continente verdaderos bastiones de la dinamización cultural de barrios y ciudades, esto es innegable y muy importante.
A partir de estos roles parece sensato comenzar a plantear la formación de sellos de calidad para las librerías, con un compromiso explícito de las Administraciones públicas y Estados, y que ofrezcan un plus de valor a lectores y compradores. No olvidemos que, pese a todo, las librerías siguen siendo el canal principal de comercialización del libro, aunque ya se aprecia un ligero desplazamiento hacia centros comerciales e Internet.
En resumen, parece imprescindible incluir la librería en las agendas de impulso y desarrollo del libro en todos los países de América Latina, tengo la sensación de que en los diferentes planes de apoyo al libro de los Gobiernos de ese continente y en las políticas públicas, la librería ha sido la gran olvidada. Y un país se mide por su cultura y por sus librerías.
Manuel Gil es consultor editorial y autor del blog Antinomias Libro.
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