Los espacios independientes se transforman para afianzar su futuro
Y parece que así es. En 1995, un año después del lanzamiento deAmazon, que aspiraba a ser la mayor librería del mundo, en Estados Unidos había 7.000 establecimientos independientes, según laAmerican Booksellers Association. En 2009, el sector tocó fondo y solo sumaban 1.651, pero desde entonces no han dejado de crecer: el año pasado ascendían a 1.900 y festejaban un incremento del 8% en sus ventas con respecto a 2011.
En España la librería independiente resiste y se transforma. Según el censo actualizado que acaba de presentar la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL), en estos momentos hay un total de 4.336 establecimientos. “Si tomamos 2008 como momento álgido de la economía del libro, la bajada se ha mantenido y, últimamente, acelerado [según el INE, en este último lustro el mapa se ha reducido en un 21,5 por ciento]. La librería siempre ha tenido una economía modesta, con unos márgenes muy ajustados que ahora se han reducido por la pérdida de poder adquisitivo y la descarga gratuita”, razona Juan Miguel Salvador, librero y tesorero de la CEGAL. Pero en este presente generalizadamente sombrío, añade, también existen razones para el optimismo: “A pesar del mal momento están surgiendo nuevas tipologías de establecimientos como, por ejemplo, los que combinan librería y cafetería, proyectos muy vocacionales que nacen con un carácter cultural fuerte. Es cierto, y es preocupante, que cierran librerías de fondo y abren espacios donde la presencia de libros es inferior, pero no deja de ser un síntoma positivo que hay que celebrar porque, en definitiva, es sangre nueva para el sector”.
“Recíclate, recíclate”, le repetían a Eva Boj, veterana librera con experiencia en grandes superficies como la Fnac o librerías independientes como la desaparecida Rumor, que abrió hace seis meses Atticus-Finch. “Yo creo en la librería. Sé que montar una es un gesto de valentía, pero no creo en esta burbuja de miedo: siempre habrá gente interesada en leer. De la forma que sea”. Boj optó por el autoempleo e invirtió sus ahorros en un café-librería en el barrio madrileño de Conde Duque. Desde el principio tuvo claro que apostaría por ese modelo porque es lo que ella pide a una librería: un lugar donde sentarte a leer, tomar un café, escuchar música y conectarse a internet. “Los tiempos han cambiado y la librería que solo ofrece libros no atrae al cliente. Ahora queremos que sea un centro de reunión”, asegura. Ella también comparte la preocupación de la CEGAL: “Sería una pena que se perdieran esas librerías de fondo: en Rumor teníamos 40.000 títulos”. En Atticus-Finch, en torno a 3.000: Boj ofrece selección. “Antes de la apertura me pasé un mes leyendo listados de libros y tachando títulos. Todos los libros que están en la librería son los que me encantan. La mayoría los he leído y los que no son de autores que me gustan, acaban de publicarse y aún no me ha dado tiempo”. La librería tiene 48 metros cuadrados y, como no tiene escaparate, sus recomendaciones lucen en el escaparate de la vinoteca vecina, De Vinos, o en el restaurante García, donde han colocado un mueble rebosante de libros con el sello Atticus-Finch. “Me instalé en este barrio porque está renovándose, hay mucha gente joven y parejas con niños, un perfil desatendido en la zona. Muchos de los establecimientos son bastante nuevos, fundados de hace dos años para acá, así que colaboramos mucho entre nosotros. Hacemos barrio”.
“Se está produciendo una vuelta al trato personal, al librero de cabecera”, asegura Paco Goyanes de la librería Cálamo
En el repunte de las librerías independientes estadounidenses —que representan el 10% del mercado— tiene mucho que ver el auge del movimiento buy local, que defiende un consumo de cercanía beneficioso para la comunidad. A la suya, que cuida desde hace 46 años, debe lalibrería Gil de Santander la relativa placidez con la que está sobrellevando la crisis. “Nos hemos apoyado mucho en la venta al público, no en las institucionales”, explica Paz Gil Soto, que continúa junto a sus hermanos el oficio de sus padres, que abrieron la primera librería-papelería en 1967. Siempre han intentado que sus tres establecimientos fuesen espacios agradables, que sus libreros leyesen mucho para luego recomendar bien a los lectores y que su agenda de actividades fuese variada: “Organizamos presentaciones, cuentacuentos, tenemos un club de lectura en inglés, otro de filosofía básica y acaba de arrancar un taller de poesía al que se apuntaron 27 personas. Hoy tenemos una conferencia del hispanista Anthony Clarke sobre George Eliot y mañana viene Benjamín Prado”, enumera. Y ya le está dando vuelta a actividades futuras: “Estoy pensando en la especialización, quizás apostar por los libros de cocina y hacer cursos, organizar trueques de libros. Es importante innovar”.
El próximo 29 de noviembre es el Día de las Librerías, efeméride que la CEGAL impulsa desde 2011. En Reino Unido —donde cada semana cierra un establecimiento, según la Booksellers Association— sigue en marcha la campaña Books are my bag. En Alemania la iniciativa se denominó Vorsicht Buch! Todas ellas son una celebración de la librería, un recordatorio de la vigencia del libro de papel, un rechazo frontal a la presunta obsolescencia de la función prescriptora del librero. Todas ellas ofrecen descuentos especiales, horarios ampliados y actividades especiales. “Todavía no hemos logrado que la sociedad entienda que la librería forma parte del entramado cultural, que no somos meros comerciantes, que aportamos un valor añadido. La programación de las librerías españolas supera en cantidad y calidad a la de la mayoría de centros culturales de este país”, apunta Paco Goyanes de la librería Cálamo de Zaragoza, que acaba de celebrar sus 30 años de existencia. A pesar de la caída de las ventas, de que trabaja más que nunca, Goyanes empieza a entrever una tendencia esperanzadora: “Es difícil de valorar porque estamos en un momento de gran debilidad, pero creo que se está produciendo una vuelta al trato personal, al librero de cabecera”. Y ese es el camino, apunta Salvador, el principal activo de la librería para atar su futuro: “Lo valioso es lo que se produce en la interacción, no renunciamos a la presencia online, pero buscamos el encuentro, la conversación. Debemos reivindicar la dimensión física de las librerías, que son sitios donde ocurren cosas”.
Para que la forzosa resistencia de la librería se transforme —lo antes posible— en holgada supervivencia en la CEGAL están trabajando en un sello de calidad para los establecimientos y en un plan de apoyo —el Ministerio de Cultura se ha comprometido a desarrollarlo antes de que termine la legislatura—, que acerque la realidad de la librería española a la de la francesa, donde están convencidos de la importancia de los libros y de las librerías. El pasado junio su ministra de Cultura, Aurélie Filipetti, avisó a Amazon de que no toleraría que su “competencia desleal” y “piratería fiscal” hiciesen mella en el tejido librero francés. Y a principios de octubre cumplió su promesa: desde entonces debaten una propuesta de ley para prohibir que gigantes del comercio electrónico como Amazon o la Fnac ofrezcan descuentos del 5% sobre el libro —el permitido por ley— y, además, gastos de envío gratuitos.
Evidentemente, no se espera una reacción similar, pero con apoyo gubernamental el futuro sería menos incierto. Prometedor incluso. Aunque hay algo que el sector debe asimilar, opina Salvador —como librero, aclara, no como portavoz de la CEGAL—: “El gran desafío es asumir que el montante de la industria editorial se ha hecho más pequeño. No vamos a volver a 2008 y en ese escenario tendremos que encontrar la sostenibilidad económica y social”.
Jorge Carrión mantiene desde hace más de 15 años un archivo consouvenirs —tarjetas de visita, folletos, postales, catálogos, bolsas…— de todas las librerías que visita. Tenía otro, mucho más modesto, de libros sobre librerías. “Este fue más fácil porque apenas hay libros de no ficción sobre la materia. Me di cuenta de que alguien tenía que escribir un libro como Librerías, un monográfico de la historia de las grandes librerías y de los libreros, que uniese la tradición textual con mi archivo de viajes”, relata. El libro, que quedó finalista en el Premio Anagrama de Ensayo, no debe entenderse como una concesión a la nostalgia de un mundo que desaparece, al contrario, Carrión desconfía de mensajes apocalípticos, pero considera que, en el futuro, las librerías deberían reivindicar su importancia. “¿Por qué yo no sé en qué librería de Madrid compraba sus libros Juan Benet o Valle-Inclán? ¿Por qué no se crea un discurso cultural y turístico sobre las librerías? Cuando hacemos la ruta de los cafés en Madrid, ¿por qué no incluimos las tres o cuatro librerías que puedan sobrevivir de esa época? Supongo que porque ellas mismas no han tenido conciencia de su importancia histórica o porque hasta ahora les ha ido bien el negocio y no han reaccionado. Pero si vamos a City Lights es porque forma parte de la historia de San Francisco y porque está en la Lonely Planet. El patrimonio también debería tener en cuenta la librería”.
A finales de 2010, Nashville, ciudad que supera los 600.000 habitantes, amaneció sin librerías —solo sobrevivieron las de viejo—. Si Ann Patchett decidió abrir Parnassus Books fue porque no quería vivir en una ciudad sin librerías y, también, porque quería un espacio donde vender sus libros: aún no se ha inventado un mejor escaparate.
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