Ayer volví a retomar mi vieja costumbre de seguir a usuarios de mi taxi después de bajarse del taxi. En este caso era un tipo de mediana edad y aspecto anodino, pero su falta de prisa al pagarme la carrera y apearse me llevó a querer saber más de él. Así que aparqué mi taxi y le seguí caminando hasta una librería cercana. El hombre acabó comprando un libro (“Yonki”, de William Burroughs). Acto seguido yo compré otro igual.
El librero se quedó extrañado y no pudo evitar preguntarme por qué había comprado el mismo libro que su anterior cliente.
-Hoy necesito vivir la vida de otro para descansar de mí -le dije.
Aquello le sorprendió gratamente, así que le propuse hacer lo mismo. El librero aceptó sin dudarlo: le di las llaves de mi taxi y él me dio las llaves de su librería.
El librero se marchó con mi taxi. Minutos después de quedarme completamente solo, sonó el teléfono de la librería. Era la mujer del librero: que no aguantaba más, que estaba haciendo las maletas y que se iría a un hotel hasta encontrar otra cosa. Colgó sin darme tiempo a decir que yo no era él. Aunque después lloré por él, lo reconozco.
POR DANIEL DÍAZ (SIMPULSO) 08 DE JULIO DE 2013
http://blogs.20minutos.es/nilibreniocupado/2013/07/08/la-tristeza-del-librero/
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