Entrevista a Fermín López Casillas y Francisco López Casillas
Librero de viejo
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sábado, 10 de diciembre de 2022
sábado, 26 de septiembre de 2020
Rematan libros por cierre de librería en colonia Roma, CDMX - Las Noticias
Rematan libros por cierre de librería en colonia Roma, CDMX - Las Noticias
domingo, 14 de junio de 2020
Blog librería de Viejo , ¿Cuánto?
Blog librería de Viejo
¿Cuánto?
May 3, 2020
Si bien cotidianamente son antagonistas por naturaleza propia, existen ocasiones, escasas como la historia de un deicidio, en que estos dos participantes de la vida del libro involuntariamente colaboran para dar resultados inesperados. Me refiero por un lado al librero: adalid de las letras y de la tinta seca que resguarda el conocimiento y la vida de los autores con el celoso y prolijo ejercicio de su oficio, y por otro lado, el biblioclasta: aquel porfiado que no conforme con ser indiferente a los libros, se empeña en mantenerlos apartados de su vida y de quienes le rodean rindiendo pleitesía al pensamiento medieval que se creía derrocado gracias a la imprenta.
Era mi primer año en la bella ciudad de Guadalajara. Recién prófugo de la CDMX y llevando a cuestas nada más que la experiencia adquirida durante dos años en una de las bastas proveedurías de libros usados de la calle Donceles y un cambio de ropa. Después de una azarosa búsqueda y de perder un empleo recién adquirido por llegar con retraso y aliento alcohólico, la librería de “El Viejo” me abrió la puerta sin más trámite que una sencilla prueba para determinar mis habilidades como comprador de libros, como coyote. Resulta curioso porque en los años con L.C. en Donceles nunca tuve oportunidad de participar en la negociación de compra de los pequeños puñados de libros que regularmente llegaban al mostrador y cuya resolución se encontraba siempre en manos del empleado de más experiencia cuando el dueño estaba ausente.
En una de las semanas en que aún me adaptaba al modelo de trabajo de mi nuevo patrón mientras trataba de implementar los conocimientos de orden práctico adquiridos en CDMX la librería recibió la llamada de una persona que deseaba, casi ansiaba, disponer de la biblioteca de su difunto esposo. La señora nos urgió a acudir de inmediato para atender su imperiosa necesidad y cuando nos indicó la colonia en que se encontraba el domicilio no bien dejamos las cucharas sobre los platos a medio comer y nos dirigimos raudos a su encuentro. En Guadalajara pocas veces las bibliotecas de colonias de alto nivel socio-económico se ponen a disposición de los modestos libreros de viejo.
Desde que llegamos a la residencia en la colonia Providencia El Viejo intuyó que algo muy bueno se presentaba frente a nosotros, una oportunidad singular e imperdible. Pero, como buen coyote, su primera recomendación al mozalbete que llevaba por acompañante fue la mesura. Así fue como me lo dijo: “acuérdate que venimos a comprar libros viejos”. Esta última palabra subrayada con el tono de mezquindad y desdén con el que se categoriza lo inservible.
El afán de la viuda biblioclasta por dar celeridad a la operación fue la presentación con que nos recibió justo después de invitarnos a pasar a la inmensa biblioteca depositada y conservada con un evidente celo y detalle por, al menos, dos generaciones. Nuestros ojos no alcanzaban a dar cuenta de todas las maravillas que ahí se resguardaban. Bastaba otear cualquiera de los hermosos libreros de finas maderas para descubrir alguna serendipia: ejemplares impecables de códices, enciclopedias rarísimas, bellísimas encuadernaciones en piel hechas ex profeso, colecciones majestuosas de las celebradas ediciones españolas de Aguilar, literatura contemporánea de exquisitos autores nacionales y extranjeros, libros de arte cuya portada y hechura bastaban para sentir nostalgia por los tiempos en que los libros se hacían con el mismo cuidado y dedicación que una fina escultura. No cabía duda: habíamos encontrado la ciudad de El Dorado o, mejor dicho, nos llamaron de ahí para hacerles una visita.
Aún no salíamos de nuestro asombro cuando un furtivo intercambio de miradas y muecas entre El Viejo y yo nos nubló la sonrisa para reinstalarnos en nuestra realidad: esa biblioteca podría valer lo mismo que la modesta pick up en la que viajamos y, por supuesto, mucho más de lo que llevaba el patrón encima. Sin embargo, fieles al principio general de desinterés que el librero y cualquier mercader debe guardar ante semejantes ocasiones, nos dirigimos con parsimonia a inspeccionar los excelsos muebles donde se albergaban esas joyas por las que ya nos relamíamos los bigotes. No pasó mucho tiempo de nuestro cauto proceder cuando la viuda biblioclasta se dirigió al Viejo con exacerbada impaciencia “¿Los va a revisar todos, señor?”. El momento temido había llegado y en nuestras mentes no había cabida aún para fijar una cantidad y comenzar a negociar.
-Mire, señor, tengo algo de prisa, ¿no me puede decir así rápido cuánto?-No lo sé, señora, usted dígame ¿cuánto?-Mire, le voy a dar mil pesos para la gasolina pero ya llévenselos todos.
…
Al día siguiente, aun recuperándonos de la extenuante labor de bajar libros y colocarlos sin mucho orden en la caja de la camioneta durante más o menos una hora y media nos alistábamos para regresar a la residencia en Providencia y recoger el resto de los desechos de una viuda biblioclasta que con su desprecio por los libros nos aseguró al Viejo, a la librería y a mi una boyante temporada en el mundo de la compra-venta de tinta seca y nos concedió una irrepetible experiencia en el fascinante oficio de librero.
Por supuesto, en apego a las reglas no escritas del librero, y emulando los rituales paganos de nuestros predecesores, esa noche rendimos una ofrenda extraordinaria al dios Baco agradeciendo la bonanza y deseando recibir los mismos favores para la próxima cosecha.
José Barba.
Guadalajara, Jalisco.
FB: Librero José Barba
IG: José_Barba_Librero
Era mi primer año en la bella ciudad de Guadalajara. Recién prófugo de la CDMX y llevando a cuestas nada más que la experiencia adquirida durante dos años en una de las bastas proveedurías de libros usados de la calle Donceles y un cambio de ropa. Después de una azarosa búsqueda y de perder un empleo recién adquirido por llegar con retraso y aliento alcohólico, la librería de “El Viejo” me abrió la puerta sin más trámite que una sencilla prueba para determinar mis habilidades como comprador de libros, como coyote. Resulta curioso porque en los años con L.C. en Donceles nunca tuve oportunidad de participar en la negociación de compra de los pequeños puñados de libros que regularmente llegaban al mostrador y cuya resolución se encontraba siempre en manos del empleado de más experiencia cuando el dueño estaba ausente.
En una de las semanas en que aún me adaptaba al modelo de trabajo de mi nuevo patrón mientras trataba de implementar los conocimientos de orden práctico adquiridos en CDMX la librería recibió la llamada de una persona que deseaba, casi ansiaba, disponer de la biblioteca de su difunto esposo. La señora nos urgió a acudir de inmediato para atender su imperiosa necesidad y cuando nos indicó la colonia en que se encontraba el domicilio no bien dejamos las cucharas sobre los platos a medio comer y nos dirigimos raudos a su encuentro. En Guadalajara pocas veces las bibliotecas de colonias de alto nivel socio-económico se ponen a disposición de los modestos libreros de viejo.
Desde que llegamos a la residencia en la colonia Providencia El Viejo intuyó que algo muy bueno se presentaba frente a nosotros, una oportunidad singular e imperdible. Pero, como buen coyote, su primera recomendación al mozalbete que llevaba por acompañante fue la mesura. Así fue como me lo dijo: “acuérdate que venimos a comprar libros viejos”. Esta última palabra subrayada con el tono de mezquindad y desdén con el que se categoriza lo inservible.
El afán de la viuda biblioclasta por dar celeridad a la operación fue la presentación con que nos recibió justo después de invitarnos a pasar a la inmensa biblioteca depositada y conservada con un evidente celo y detalle por, al menos, dos generaciones. Nuestros ojos no alcanzaban a dar cuenta de todas las maravillas que ahí se resguardaban. Bastaba otear cualquiera de los hermosos libreros de finas maderas para descubrir alguna serendipia: ejemplares impecables de códices, enciclopedias rarísimas, bellísimas encuadernaciones en piel hechas ex profeso, colecciones majestuosas de las celebradas ediciones españolas de Aguilar, literatura contemporánea de exquisitos autores nacionales y extranjeros, libros de arte cuya portada y hechura bastaban para sentir nostalgia por los tiempos en que los libros se hacían con el mismo cuidado y dedicación que una fina escultura. No cabía duda: habíamos encontrado la ciudad de El Dorado o, mejor dicho, nos llamaron de ahí para hacerles una visita.
Aún no salíamos de nuestro asombro cuando un furtivo intercambio de miradas y muecas entre El Viejo y yo nos nubló la sonrisa para reinstalarnos en nuestra realidad: esa biblioteca podría valer lo mismo que la modesta pick up en la que viajamos y, por supuesto, mucho más de lo que llevaba el patrón encima. Sin embargo, fieles al principio general de desinterés que el librero y cualquier mercader debe guardar ante semejantes ocasiones, nos dirigimos con parsimonia a inspeccionar los excelsos muebles donde se albergaban esas joyas por las que ya nos relamíamos los bigotes. No pasó mucho tiempo de nuestro cauto proceder cuando la viuda biblioclasta se dirigió al Viejo con exacerbada impaciencia “¿Los va a revisar todos, señor?”. El momento temido había llegado y en nuestras mentes no había cabida aún para fijar una cantidad y comenzar a negociar.
-Mire, señor, tengo algo de prisa, ¿no me puede decir así rápido cuánto?-No lo sé, señora, usted dígame ¿cuánto?-Mire, le voy a dar mil pesos para la gasolina pero ya llévenselos todos.
…
Al día siguiente, aun recuperándonos de la extenuante labor de bajar libros y colocarlos sin mucho orden en la caja de la camioneta durante más o menos una hora y media nos alistábamos para regresar a la residencia en Providencia y recoger el resto de los desechos de una viuda biblioclasta que con su desprecio por los libros nos aseguró al Viejo, a la librería y a mi una boyante temporada en el mundo de la compra-venta de tinta seca y nos concedió una irrepetible experiencia en el fascinante oficio de librero.
Por supuesto, en apego a las reglas no escritas del librero, y emulando los rituales paganos de nuestros predecesores, esa noche rendimos una ofrenda extraordinaria al dios Baco agradeciendo la bonanza y deseando recibir los mismos favores para la próxima cosecha.
José Barba.
Guadalajara, Jalisco.
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“La oprimida” y la primera biblioteca que compré.
Blog Librería de viejo
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“La oprimida” y la primera biblioteca que compré.
Abr 4, 2020
Fue algo traumático, nada fácil para mí. A unas cuadras de la librería de viejo donde laboraba, hace unos quince años más o menos, me indicaron que todos los valuadores que acudían a domicilio estaban ocupados y que debía ir a ver esa biblioteca, mi primer compra, estaba emocionado y nervioso por la responsabilidad, ya había visto como adquirían las colecciones en la librería, pero mi experiencia en domicilio era nula, sólo veía como llegaban con las camionetas cargadas de libros y con anécdotas de la transacción, lo pesado que estuvo y en ocasiones la explicación de como las realizaban.Acepte acudir al domicilio, en realidad no tenía de otra, caminé unos trescientos metros, toqué el timbre, pasé y me recibieron dos ancianas, eran hermanas, la dueña de la biblioteca, claramente buena persona, dulce, lectora, pero frágil en varios sentidos, desde ahora la llamaré simplemente la oprimida, a su lado la vieja opresora, dominante y de carácter fuerte, me invitaron a ver la biblioteca, sólo pasé con la oprimida.En cada biblioteca que uno visita puede percibir como es la persona, si sólo es coleccionista o lector, qué temas domina, a qué se dedica, cuándo adquirió los libros, en pocas palabras, uno entiende la vida de la persona en su colección de libros, cualquier detalle es importante, el acomodo, el polvo y los adornos son esenciales para ello.Observé un librero de dos metros de alto por un metro cincuenta de ancho, de madera y de color blanco, lleno completamente de novelas, no había más, tal vez un diccionario por ahí perdido, los ejemplares estaban en muy buenas condiciones; los clásicos rusos, literatura del boom latinoamericano, novela rosa y policiaca, premios Nobel y varias obras completas. Calculé el número de libros, eran quinientos aproximadamente, valoré la posibilidad de venta y sobretodo que no me fueran a regañar o despedir por pagar demasiado por el conjunto, estaban acostumbrados a ofrecer bastante poco por las bibliotecas, algo en lo que no estaba de acuerdo, pero así era la chamba. Pensé ofrecer poco para no arriesgarme, si aceptaban lo verían bien mis jefes, de no hacerlo, simplemente se perdería una compra más.Al terminar mi revisión nos reunimos con la hermana dominante, frente a ambas hice la oferta, al escucharla la oprimida soltó el llanto – ¿cómo podía ofrecerle tan poco por la biblioteca de su vida?Me sentí realmente mal, pero era mi trabajo y quería conservarlo, después de unos eternos segundos incómodos y la dueña sufriendo, la dominante determinó que aceptaba, le indicó a su hermana que se callara, que por la basura que tenía estaba bien, además debían mudarse y no iban a cargar con cosas inservibles. Impactado por la escena salí por ayuda y por el pago, en blanco tengo el cómo llegué a la librería por el dinero, cajas y un diablito, nadie me ayudó.Al regresar a la casa, la hermana dominante ya había encerrado a la oprimida en una de las habitaciones, sólo escuchaba sus sollozos mientras recogía los libros, al hacerlo me dí cuenta que en realidad era mayor la cantidad, pues eran dos filas, lo que no había notado, mostrándome cobarde no lo mencioné, regresé por otro viaje y me despedí de ambas señoras, lo peor de todo es que la oprimida me dio las gracias.Conservé el empleo, aunque no recibí las gracias, mucho menos un reconocimiento. Es una de tantas ocasiones en que me he sentido miserable. Cualquier ofensa, en los comentarios por favor.
El padrino
Mi amigo y yo iniciamos la aventura de formar una empresa de libros usados en noviembre del 2011, nuestra primera compra ya asociados fue de cuatrocientos pesos, pagamos mitad y mitad, eran libros técnicos y ese mismo día vendimos todo el lote a un librero del corredor cultural Balderas, así seguimos durante unas semanas, adquiriendo pequeñas bibliotecas, pagando cincuenta por ciento cada quien y ahorrando por si algún día, en un futuro nos caía una biblioteca grande de un coleccionista famoso, esos sueños que uno tiene al iniciar un negocio. Al comenzar diciembre sucedió, muy rápido en nuestro joven proyecto, nos llamaron para ver una biblioteca en Tepepan, justo detrás del reclusorio femenil, barrio lleno de callejones estrechos.
El día de la cita pasamos a una privada de diez casas bien resguardadas, todas de tres niveles color naranja con amplio jardín y estacionamiento. El dueño de la biblioteca recientemente había fallecido, nos recibió un señor de unos cincuenta años, que había sido su asistente personal durante los últimos años de su vida. Mi socio y yo teníamos mucho entusiasmo, nuestra primera compra grande, pero al pasar a la biblioteca nuestros sentimientos eran contradictorios, pues el tamaño de la colección hacía imposible que tuvieramos la capacidad económica para adquirirla.
La biblioteca consistía en unos ocho mil títulos repartidos en los tres niveles de la casa, estaban ubicados en libreros de madera y organizados de forma cronológica; todos, absolutamente todos los libros eran de Historia de México, desde la época prehispánica hasta la actualidad, muchos ejemplares del siglo XIX, pero también títulos de coyuntura política.
El recientemente fallecido dueño de la biblioteca, que de ahora en adelante me referiré a él como “el padrino” fue una persona culta dedicada a la política, fue diputado en tres ocasiones, senador, líder de su partido, conferencista y escritor de muchos libros de temas históricos del país. Inició en el Partido Popular Socialista y luego pasó al partido oficial, en el cual fue participante activo por décadas, tuvo estrecha amistad con Luis Echeverría, a quien le escribía varios de sus discursos.
Mi colega y yo revisamos la biblioteca durante dos horas, impresionante colección, ni la biblioteca central de la UNAM o la de la ENAH tienen ese acervo tan específico y bien curado como el de este personaje, para los bibliófilos de Historia de México les presumo que se hallaban las primeras ediciones de Zamacois, Bulnes, Icazbalceta, Clavijero, etc. también códices y compilaciones hemerográficas del siglo XIX, algo impresionante. Muchos libros contemporáneos también, pero todo de la misma temática.
Al finalizar la inspección meditamos sobre la propuesta que haríamos, la cantidad, las parcialidades, etc. La verdad sólo nos dijimos ¡ya valió madres! ¡no tenemos para pagar esto! Valoré la biblioteca en un cuarto de millón de pesos, cantidad absurdamente alta para nuestros ahorros. Tristes nos ibamos a retirar, pero antes debíamos platicarlo por teléfono con la heredera, una de las hijas, mi avezado socio se rifó la llamada, para mi sorpresa, mientras estaba en comunicación, la interrumpió para preguntarme ¿cuánto tienes? Mi amigo soltó la risible propuesta de diecisiete mil pesos … ¡aceptaron!
De forma sumamente prudente y con la vehemencia que me caracteriza le dije ¡no mames!
Como lo sabe todo librero de viejo, una biblioteca no es de uno hasta tenerla en casa, le dimos prisa, fuimos al banco, pagamos, mi socio fue a rentar un camión para cargar todo el mismo día, yo me quedé a desmontar los libros, en mi vida recuerdo tres días de verdadera chinga física, ese fue uno de ellos. Mi colega regresó casi al anochecer, no cupo todo, debíamos volver otro día por el resto.
A la mañana siguiente, cuando regresamos por el faltante nos recibió la hija de “el padrino”, quisimos entablar una plática con ella sobre su padre, la primera pregunta fue: ¿cómo era su papá?, ella de forma inmediata y con furia en la mirada respondió: era un hijo de puta, nunca nos quiso y jamás estuvo al pendiente de nosotros, su familia, hasta el final de sus días fue un cabrón, lo odié y si no tiré los libros a la basura fue solo porque debo restaurar y pintar esta pinche casa que solo malos recuerdos me trae y venderla.
Obviamente la plática terminó muy rápido, fue así que comprendimos que aceptaran nuestra oferta. Aprovechamos el camión rentado que con la gasolina nos saldría en dos mil quinientos pesos, para ir por otra compra grande en el centro de Tlalpan, libros de arte y literatura muy buenos en una de las casas más lujosas que he visitado.
Por la noche, cansados de tanta chamba (y en mi caso calculando que no tenía ni para un boleto del metro), pero contentos con nuestras adquisiciones, revisábamos el material en la bodega cuando mi amigo grita: ¡no mames, no mames, no mames¡ Cierra la única ventana, se acerca a mí con La Relación de Michoacán, en una hermosa edición en caja, la abre y me muestra un fajo de billetes, los contamos y sumaba la mágica cantidad de veintinueve mil quinientos pesos, exactamente lo que habíamos invertido en dos bibliotecas y la renta del camión.
Padrino, invertiste en una empresa de libros usados que aún se mantiene en pie, dando trabajo a más de veinte trabajadores, tal vez no fue en vida, pero desde el infierno, donde debes estar según tu hija. Te agradecemos por el apoyo desde acá arriba, en este pedazo de tierra contaminada llamada Ciudad de México.
La extraña relación entre los libros viejos y las calabazas
Del Blog de Librerías de Viejo
Nos llega el Anecdotario
La extraña relación entre los libros viejos y las calabazas
Jun 13, 2020
Son suficientes años en el gremio, así qué me siento merecedora de tener tantas anécdotas como estrellas en el cielo.
En el momento en qué un letrero de llamativo color ofrecía un empleo como ayudante, acepto que me escandalice un poco, esas librerías de la calle Donceles son algo lúgubres y para ser sincera no era de los clientes que se maravillan tanto del lugar que mejor se buscan empleo ahí.
Yo solo buscaba trabajo, era una joven madre, idealista y en lo que creí un matrimonio moderno; los dos salen a conseguir el sustento porque así funciona la equidad.
Pregunté en que consistía y me dijeron -si te interesa puedes hacer un examen ahora mismo y mejor porque hago cierre de todas las solicitudes de esa semana- …
Recuerdo bien que me mandaron a buscar “los de abajo”,” el príncipe ” de Maquiavelo y un Baldor.
También había que alfabetizar una pequeña área.
Aunque creo que el peso mayor lo tenía la entrevista. Hablé sinceramente; no he trabajado en muchos lugares, en una librería quiero trabajar porque es una forma de tener un empleo pero seguir aprendiendo ¿ cargar cajas? Sí, si las aguanto no tengo problema, ¿Los clientes? ….
En este punto haré un alto; justo en ese momento mi aplicadora se fue a atender -ese libro no lo tengo, no conseguimos libros, es una librería de ocasión nos atenemos al material que llega al día- A veces suelo notar que sobretodo los compañeros que tienen un trato más directo y prolongado con las personas, van adquiriendo actitudes, gestos y voltear los ojos es el gesto más repetido para los consultantes. Quizá fue uno de los momentos decisivos para mí estilo de atención, en ese momento pensé que a nadie le gusta que le volteen los ojos. Yo no me siento a gusto cuando recibo ese trato – un día me “espine” con unas calabazas y exclamè como lo hubiera hecho cualquier mortal que recibe un pinchazo en el dedo, aunque sea por una calabaza. Busqué sororidad porque era una vendedora y lo que recibí fue que me volteara los ojos
Y es muy frustrante irte de un lugar con un dedo pinchado, una mala actitud y además haber tenido que pagar por ello.
…
No he dicho que obtuve el trabajo.
Me mandaron a la hermosa librería ” La torre de viejo” , no la conocía y como me ocurre en esos lugares entrañables en dónde he trabajado (desde entonces solo acostumbro trabajar en librerías) la envolví en la primer mirada de reconocimiento y me prendí para siempre de su obscuro pero bello aspecto al admirar los pequeños libros que se acomodaban en la parte frontal de la librería. ¿ Saben? Contar esos ejemplares era protocolario casi como santiguarse en la iglesia, lo hicimos por largos años. ¡Esa en realidad fue mi primer tarea llegando a la Torre!
Además tengo qué agregar que estuve conviviendo al rededor de siete años con compañeros gentiles y profesionales que entre miles de libros, con una organización, memoria y respeto me ayudaron a aprender a ser guardiana de libros, clasificar, camuflar en pilas pero sobre todo a convencer por qué sabes que el libro no está, usando educación, diplomacia y sugiriendo alternativas.
Sinceramente voltear los ojos nunca fue alternativa para esa generación.
Tina libro viejo
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